Las horas que pasamos con Kiko Rivera

Cuando comienza la entrevista, se abre como una flor. No intenta disimular su vacío. Mila ha sabido escuchar su torrente de sentimientos, Kiko no puede centrarse en temas terrenales, solo expresar lo mal que se siente. El gran mérito de Mila ha sido el de no sacar de su catarsis a Kiko, el saber canalizar su dolor en nuestras páginas. Kiko pasa de un tema a otro sin ningún orden. Su vida se ha desplomado, ha perdido la figura de una progenitora a la que idolatra, y no puede soportar la verdad que puede descubrir, 36 años después de la muerte de su padre.

Kiko no deja de mirarse en los ojos de Mila, necesita saber que ella entiende su desgarro. En momentos puntuales eleva la voz, no encuentra otra manera de mostrar su impotencia. Mila ha logrado que Kiko conecte con su yo más íntimo y se exprese sin censuras, solo hay un momento de la entrevista en el que Kiko responde con la razón, cuando afirma: “Me duele que mi hermano Fran diga que mi madre no tiene corazón”. Ahí se aferra a su mayor deseo: que no puede ser tan desalmada como dicen.

El pequeño del alma de Isabel ya es un hombre, un padre entregado y un hijo roto. Kiko Rivera lanza un último grito de auxilio a su progenitora: “ Tienes que ser madre (…) que me cuentes de una puñetera vez la verdad”. El miedo atenaza a Kiko, el pánico a descubrir cómo es la mujer que le dio la vida. Mila ha sabido conectar con la debacle emocional de Kiko, ha sabido entender que ha transitado por muchos desiertos emocionales desde que tiene uso de razón.