Tres kilos y cien gramos de una bebé sana, hermosa y con muchas ganas de salir al mundo. Es noviembre del año 1981 y a Isabel Preysler se le había adelantado el parto de su cuarto hijo, la segunda niña, una bebé a la que su progenitora llamó Tamara. Tamara Isabel Falcó Preysler. Así la presentó a los medios tan solo tres días después de su nacimiento.
Tras Chábeli, que realmente es María Isabel, Preysler quiso volver a dejar la impronta de su nombre en su segunda hija, la primera y única que tendría con Carlos Falcó. Un nuevo homenaje a sí misma ¿A quién mejor que a la mujer que le había dado la vida? La socialité se celebraba a sí misma y lo volvería a hacer una vez más con el nacimiento de Ana; que, por supuesto, también cuenta con el Isabel en el DNI.
Preysler tenía prisa por presentar al nuevo miembro de su familia. Con solo tres días de vida, Tamara era fotografiada por las cámaras de la prensa. Su primer posado. Después vendrían muchos más. Desde entonces, las revistas siempre estarían presentes en su vida. Eso es algo que no puede decir mucha gente, pero para ella, hija de la mismísima reina del papel cuché, era lo rutinario. Tamara escuchó los clicks clicks de los reporteros antes que el piar de los pájaros.
Los padres de la recién nacida recibían a los periodistas en una casa que se les quedaba pequeña y lo hacían sin caber en sí mismos de la felicidad. Entre los dos miembros del matrimonio, y con la incorporación de Tamara al ‘equipo’, alcanzaban los seis hijos: Chábeli, que entonces tenía 10 años, Julio, 8, y Enrique, 6. Eso por el lado Preysler, por la parte Falcó estaban Alejandra (Xandra) y Manolo, dos adolescentes de 14 y 17 años respectivamente. “Ya no nos quedan más habitaciones. Si tenemos más hijos, habrá que buscar otra casa. De todos modos ¡son seis! No está nada mal”, decía Carlos Falcó entre risas.
La tradición sagrada en casa de Isabel Preysler
“Habíamos elegido varios nombres, pero este fue el que más nos gustó”, contó el marqués, que llevó la voz cantante de las declaraciones durante toda la presentación a medios. “Lo de Isabel es por la madre. En casa, todas las mujeres se llaman Isabel. Mi esposa, su hija Chábeli y mi hija Alejandra, realmente se llama Alejandra Isabel”. Si era niño, estaba claro, Carlos, como el padre. Pero fue niña e Isabel pudo salirse con la suya. Y es que, tal y como revelaría la propia Tamara Falcó años más tarde, esto estaba más que pensado.
“Como mi madre no podía ser la primera en poner su apellido, lo hacen sus maridos, entonces lo que hizo fue poner Isabel a todas sus hijas”, explicó Tamara 40 años más tarde de su nacimiento en ‘El Hormiguero’. Reveló que nadie las llama por sus nombres compuestos, y Pablo Motos se descubrió como un fan total de esta estrategia de Isabel Preysler.
Isabel Preysler y Carlos Falcó, aire fresco para la socialité
Cuando Isabel Preysler contrajo matrimonio con Carlos Falcó en 1980, empezó su leyenda. El de la reina de corazones. Al lado de Julio Iglesias, con un carácter tan tradicional y conservador, Isabel solo podía dedicarse a la vida doméstica. Los eventos y fiestas escaseaban en su agenda; pero cuando conoció al padre de Tamara todo cambió. A Carlos le gustaba frecuentar encuentros con demás miembros de la alta sociedad, planes ociosos en los que Isabel se desenvolvía a la perfección. Esa había sido su juventud, primero en Manila y después cuando vino a vivir en Madrid. Su relación con Falcó fue un soplo de aire fresco; de conocer a nuevas personas, de continuos estímulos sociales que ya nunca abandonaría.
Isabel tenía su planning hasta arriba. Todos querían a la mujer del momento en sus veladas, y ella, solícita, se dejaba querer.
Isabel Preysler tenía 30 años y unas ganas enormes de disfrutar. Gestionaba de maravilla la crianza de los niños y los eventos sociales. Había tiempo para todo. El matrimonio parecía asentado, calmado y feliz con sus rutinas. Una de ellas eran las comidas en casa de la periodista Mona Jiménez, que preparaba lentejas para todos sus amigos. Gente de la jet-set, intelectuales, miembros de la cultura… todos se sentaban frente a su buen plato de legumbres, que disfrutaban entre apasionadas conversaciones. Fue en una de esas donde le conoció. Ella era la estrella de las revistas, él uno de los rostros de la nueva progresía. Isabel Preysler y Miguel Boyer, frente a frente, aunque acompañados por sus parejas. Aun con todo y con eso, las chispas saltaron. Era 1983 y se enamoraron perdidamente. Les dio igual todo, solo querían amarse hasta el fin de sus días. Y así acabó siendo. Idearon mil estratagemas para no ser descubiertos, tuvieron que mentir, ocultarse y hasta usar otros nombres. Cuando en 1986 se publicó sus primeras fotos juntos, aquello ya era un secreto a voces. Entonces vinieron los respectivos divorcios y los planes de futuro juntos. Ya sin escondites.
Miguel fue el hombre de su vida, pero Carlos quien le devolvió el oxígeno que tanto necesitaba. Quizás por eso, Tamara siempre ha sido un soplo de aire fresco.
Este es el verdadero nombre de Íñigo Onieva
Tamara no es la única que tiene un nombre oculto. Su marido, Íñigo Onieva, ha desvelado cuál es su verdadero nombre por un descuido durante su luna de miel. Y es que el ahora marques de Griñón ha subido un vídeo resumiendo su estancia en Sudáfrica y en uno de los 'frames', en el que aparecen sus billetes de avión, se puede apreciar el nombre completo del joven: Íñigo Andrés Onieva Molas.
Aunque es evidente que Íñigo fue elegido para seguir con la tradición familiar (su padre también es Íñigo Onieva), se desconoce por completo a qué responde el nombre Andrés, aunque a la vista está que no lo utiliza de manera habitual.