Templanza, serenidad, calma. Son algunos de los adjetivos que describen a la perfección a la reina Sofía (84 años). Durante toda su trayectoria como monarca de nuestro país y madre del heredero la hemos visto saber guardar la compostura que su papel institucional requiere. Sin embargo, hoy, durante la entrega del premio rector honorario vitalicio en la Universidad Camilo José Cela, hemos visto a la madre de Felipe VI (55 años) como nunca antes. La reina, tras entregar el galardón a Emilio Lora-Tamayo, físico y expresidente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, rompía a llorar desconsoladamente. La abuela de la princesa Leonor (17 años), muy emocionada, agachaba la cabeza y se llevaba una mano a la boca, intentando contener el llanto. Justo después, se ha enjugado las lágrimas y ha recuperado la compostura.
Este momento de vulnerabilidad es algo insólito en toda la historia de sus actos y compromisos reales. A pesar de haber abanderado temáticas muy duras, la reina jamás se ha mostrado triste o emocionada. Aún más, cuando su familia ha pasado por momentos muy difíciles, la suegra de Letizia (51 años) no mostraba ningún tipo de reacción. Ni cuando su hija, la infanta Cristina (58 años), tuvo que sentarse en el banquillo por los negocios de su marido, Iñaki Urdangarin, ni en el famoso encontronazo entre ella y Letizia en la Catedral de Mallorca. Tampoco cuando su marido se vio obligado a exiliarse a Abu Dabi. Entonces, ¿Qué ha provocado este cambio en la reina?
El profundo dolor de la reina Sofía en su año más duro
Este año no está siendo nada fácil para la reina Sofía, sobre todo a nivel familiar. ¿La razón? Sus dos hermanos, Constantino e Irene, han dejado de estar a su lado, de una manera diferente. Los tres mantenían un vínculo irrompible que nació de los constantes desplazamientos que la familia real griega se vio obligada a efectuar al huir de Grecia. Primero a Alejandría y, más tarde, a Ciudad del Cabo. Allí, fueron de casa en casa (más de 20 mudanzas) intentando encontrar un hogar en ese exilio. De hecho, fue durante esa itinerancia que nació Irene de Grecia (81 años).
Fue así como Sofía, Constantino e Irene eran un núcleo, una entidad única, porque ellos eran lo único fijo en un entorno que no paraba de cambiar. Es este pasado tan complicado lo que hizo que los tres hermanos estuvieran tan unidos durante toda su vida. A pesar de que cada uno formó una familia y tuvo que hacer frente a distintas situaciones, ellos tres siempre eran el refugio al que volvían. El abrazo más necesario cuando la realidad se enturbiaba.
Constantino de Grecia y la reina Sofía, los mayores confidentes
Sin embargo, este año el hilo que unía a los tres ha empezado a romperse. No por un desencuentro o enfado, sino porque la vida se ha abierto camino. El pasado 10 de enero de 2023, Constantino de Grecia fallecía a los 82 años en el hospital Hygeia de Atenas debido a las complicaciones derivadas del derrame cerebral que sufrió unos días antes. El hermano de la reina no pudo superar las secuelas que ese bache de salud dejo en él y dejaba atrás a su familia. Su pérdida sumía en una profunda tristeza a su mujer, Ana María de Dinamarca, y sus cinco hijos, a los que se sumaba la madre de Felipe VI (55 años). Y es que la reina Sofía y Constantino eran confidentes, los mejores amigos. Su confianza no se había mermado ni un poco a pesar de todas las polémicas familiares.
La abuela de la princesa Leonor siempre estuvo pendiente de su hermano. Llamadas telefónicas y viajes a Grecia para estar con él, sobre todo en los últimos años de su vida. Las interacciones entre ellos siempre estuvieron cargadas de complicidad, a la que se unía la pequeña Irene. Es por eso que la muerte de su hermano a principios de este año fue un duro golpe para las hermanas. Una pieza clave de su vínculo se había marchado.
Irene de Grecia, el refugio y sombra de la reina Sofía
Hace unas semanas la revista Lecturas revelaba en exclusiva que Irene de Grecia, la hermana pequeña de la reina Sofía, estaba aquejada del llamado 'mal de olvido'. Un hecho tristísimo y doloroso que debe haber hecho más difícil, si aún es posible, este año para la monarca española. Irene era la pequeña de los tres hermanos. Nació durante su exilio, pero nunca estuvo sola en sus constantes viajes. Sofía y Constantino estaban ahí para acompañarla, guiarla y protegerla.
Cuando la reina Federica de Grecia falleció, Irene de Grecia, desolada por la muerte de su madre, decidió trasladarse a Zarzuela con su hermana mayor. Allí se convirtió en una más, siendo la sombra de la reina Sofía y, a la vez, su refugió. Aquel lugar donde la monarca podía ser ella misma. No una reina, no una madre. Solo Sofía de Grecia. Fue así como se convirtieron en un pack indivisible. Aún hoy lo son, a pesar de que a Irene "se le están borrando los recuerdos".
Emilio Lora-Tamayo, un gran amigo de la reina Sofía
El momento exacto en que la reina se ha roto ha sido tras escuchar el discurso del hijo de Emilio Lora-Tamayo, ganador del premio. El rector honorífico ha necesitado ponerse un aparato para poder continuar y, en ese momento, Sofía ha llorado. Tras recomponerse, la madre del rey ha querido inclinarse hacia Emilio y dedicarle unas bonitas palabras. "Nunca me olvidaré de los momentos que hemos pasado juntos en el coto de Doñana", ha dicho, haciendo referencia a la gran amistad que la une con el físico.
La reina Sofía le da la mano a Emilio Lora-Tamayo
"Eran días maravillosos. Gracias por invitarme", terminaba Sofía, antes de cerrar el acto. Esta dedicatoria era la guinda a todo un evento lleno de gestos de cariño y respeto. De hecho, al entrar al auditorio, la abuela de la infanta Sofía le ha dado la mano a Lora-Tamayo, que iba en silla de ruedas, para acompañarlo en ese tramo. De esta manera, el momento de salud de su amigo, sumado al duro año que ha vivido la reina y a los importantes momentos que su familia vivirá en breves, ha hecho que la reina Sofía se sintiera en la necesidad de mostrarse vulnerable. Humana y cercana. Una mujer triste y afectada por la realidad que la rodea, pero que sabe como recomponerse.