Zacarías. El club privado para gente joven y bien de Barcelona, recién estrenados los 80. Yo estaba con mi grupo cuando entró una jovencísima Infanta Elena acompañada de un par de hombres. Se quedaron al borde de la pista viendo como bailábamos desenfrenadamente. A ella se le veían las ganas, se le movían solos los pies.
De forma inesperada el amigo más atrevido, ante nuestro asombro, se fue hacia Elena, le cogió la mano y la sacó a bailar. A los cinco minutos era la más animada del local, cerraba los ojos, echaba la cabeza hacia atrás y levantaba los puños. Cuando pusieron un lento mi amigo la enlazó entre sus brazos, ella apoyó la cabeza en su hombro, él cerró los ojos... y de pronto uno de los acompañantes de la infanta fue a buscarla, la cogió con brusquedad y la arrastró fuera de la pista.
Mi amigo dice que nunca ha olvidado esa última mirada de desesperación de la infanta. Yo tampoco, porque ahí entendí oscuramente el castigo que es estar siempre en el escaparate público. Y Elena lo sufrió con especial virulencia.
Le gustaban los chicos, se enamoraba apasionadamente, pero todos acababan abandonándola. No les compensaba el sacrificio de su vida privada, no la querían lo suficiente…
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