Las reuniones de consejo de redacción se celebraban el lunes a primera hora en el viejo edificio de la calle Rocafort de Barcelona. El director y los redactores jefes de Interviú se ponían las americanas y se dirigían a la escalera de caracol que unía nuestra redacción con la planta noble donde habitaban los jefes máximos, con la revista que saldría a la venta el miércoles debajo del brazo. Después de analizarla, abordaban los temas del siguiente número. El presidente decía, “me ha llamado el Rey para que volvamos a sacar a Bárbara en portada”. Todos asentían, “que las fotos las haga César Lucas”. Y se volvía al jefe de compras, “y que a Bárbara le paguemos el doble que la última vez, que no tenga que volver a reclamarlo”.
El hombre se justificaba, “es que el Rey me estuvo llamando todo el fin de semana para protestar”. Luego los jefes nos lo comentaban, pero tengo que confesar con profunda vergüenza que no nos sorprendía. En esa época se hablaba libremente de la doble vida del vicepresidente de gobierno, de las distintas amantes de los ministros y de la promiscuidad de periodistas y escritores sin que nadie se escandalizase ¡veníamos de una dictadura y a modernos no nos ganaba nadie!
También es cierto que ninguno de ellos se oponía a la publicación de las fotos porque con Bárbara en la portada la revista vendía más ejemplares que nunca. Desde la primera, en 1977, por la que se dijo le habían pagado diez millones, protagonizó cinco portadas a lo largo de veinte años, todas con sugerentes titulares “Bárbara, fruta prohibida”. “Bárbara REY”, así en mayúsculas... La actriz era una mujer sensual, elegante pero provocativa, parecía extranjera decían muchas veces como piropo. Rubia, piernas largas, pecho natural, voz sensualmente ronca…
Aunque no se comentaba en público, sus amores prohibidos corrían de boca en boca y la aureolaban de un misterioso atractivo. Y no solo con el Rey. En esos años Bárbara venía mucho a Barcelona. Se había enamorado de un guapísimo futbolista, Carles Reixach, un genio en el campo, pero algo golfo en su vida privada. Charlie, como lo llamaban, tenía novia formal, pero se lo negaba a Bárbara, “son inventos de los periodistas, yo solo te quiero a ti”. Entrenaba por las mañanas, con su novia Silvia salía por las tardes y por las noches se reunía con Bárbara. En secreto porque según decía “mi entrenador se enfada si vamos con mujeres”…
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Su gran amor
Pero su gran amor, que también acabó de forma trágica, no fue ni el Rey ni el futbolista, sino un abogado perteneciente a una saga muy importante, Joaquín Garrigues Walker, ella misma lo contó en el año 2008 en La Noria. “Ha sido el hombre de mi vida, siempre me trató de maravilla, era una persona extraordinaria, por eso ya no está en este mundo, la bondad no tiene sitio aquí”, reveló, muy emocionada, esa noche delante de Jordi González. El político liberal, que llegó a ser ministro de Obras públicas con Adolfo Suárez, era un hombre muy seductor, culto y un gran conversador, que estaba casado con una hija de Areilza.
En 1979 su matrimonio estaba pasando un bache y cuando conoció a Bárbara ambos se enamoraron locamente. Ella empezó a acompañarlo en su campaña política para ser elegido diputado por Murcia y él justificaba la presencia de su compañera por ser murciana como él, además de musa de UCD.