Son varias las vicisitudes que Charlene de Mónaco (46 años) ha sufrido a lo largo de su vida. Allá por 1990, la de Zimbabue se trasladó con su familia a Sudáfrica, donde comenzó una carrera como nadadora profesional. Y en el año 2000, además de competir por este último país en los Juegos Olímpicos de Sidney, conoció al príncipe Alberto II de Mónaco, eterno soltero de oro de la realeza europea y miembro muy activo del Comité Olímpico Internacional, en una competición de natación celebrada en el famoso microestado. En enero de 2006, cuando ya llevaba unos meses al frente del Principado de Mónaco, Alberto visitó en secreto a la joven durante un viaje a Sudáfrica, y solo unas semanas más tarde los dos oficializaron su relación en el marco de los Juegos Olímpicos de Invierno de Turín.
Corría el año 2010 cuando, decidido a cumplir con su obligación como príncipe, Alberto anunció su compromiso matrimonial con Charlene, quien según algunas fuentes no estaba segura de que el susodicho fuese el hombre con el que quería compartir el resto de su vida. De hecho, la revista francesa L'Express contó que la nadadora olímpica había intentado huir del principado después de enterarse de que su maromo tenía un tercer hijo ilegítimo —el interfecto era padre ya entonces de dos hijos extramatrimoniales que acabaría reconociendo—, pero un consejero de la Casa Grimaldi consiguió interceptarla en el aeropuerto de Niza en el último momento.
Con todo y con eso, la pareja se casó en el patio del palacio Grimaldi en julio de 2011 —más de uno se fijó en el gesto serio y nervioso que Charlene tenía aquel día— y, en diciembre de 2014, la conocida como 'princesa prisionera' le dio a su marido un par de gemelos —el príncipe Jacques, heredero del Principado, y la princesa Gabriella, segunda en la línea de sucesión—. Eso sí, ya desde su luna de miel fueron surgiendo periódicamente rumores que apuntaban a que el matrimonio está bastante distanciado, y algunos cronistas especializados en casas reales están convencidos de que su unión obedece más a un acuerdo de despacho que a una historia de amor—.
Sus padres, su principal apoyo
De hecho, esa posibilidad cogió fuerza cuando, en 2021, Charlene suspendió sus apariciones públicas por motivos de salud y pasó unos cuantos meses en Sudáfrica, separada de su esposo y alejada de sus cuñadas, Carolina y Estefanía de Mónaco, con las que nunca se llevó especialmente bien —sobre todo con la primera, que siempre ha pensado que la sudafricana no está a la altura del papel que ocupa—. Sea como fuere, antes, durante y después de aquel parón, la princesa contó con el apoyo de sus padres, Michael Wittstock y Lynette Humberstone, quienes la han acompañado en las buenas y en las malas.
Precisamente fueron ellos quienes le inculcaron desde pequeña el amor por el deporte. No en vano, su madre hizo carrera como buceadora acrobática. Su padre, en cambio, empezó ejerciendo como impresor en la ciudad de Bulawayo y regresó luego a la Ciudad del Cabo, donde creó una empresa de servicios informáticos. También es probable que fueran ellos los que enseñaron a ser solidaria a Charlene, quien ya en sus comienzos como deportista dedicaba su tiempo libre a iniciar en la natación a niños desfavorecidos y, en el año 2012, creó la Fundación Princesa Charlene de Mónaco, dedicada a enseñar a nadar a críos para prevenir ahogamientos —fundación de la que por cierto su hermano Gareth Wittstock es secretario general—.
Una fuente cercana a la familia real monegasca señaló que Wittstock y Humberstone habían cambiado su casa en la ciudad sudafricana de Benoni por otra ubicada a tan solo unos minutos en coche de la de Charlene, a quien "hacen sentir segura y protegida" y "recuerdan esa vida mucho más despreocupada de la que disfrutó en Sudáfrica antes de convertirse en princesa de Mónaco". Sin embargo, Chantell Wittstock, mujer de su hermano Sean, desmintió que el matrimonio se hubiera mudado.
Energías renovadas
Eso no impide que la discreta pareja viaje con cierta asiduidad a Montecarlo para pasar tiempo con su hija, a la que le costó mucho trabajo integrarse en la sociedad monegasca, tradicionalmente dominada por la jet set internacional, que la percibía como una muchacha vulgar y sin demasiado saber estar. "Aunque he conocido a gente maravillosa desde que vivo en Mónaco, a todos los considero conocidos”, señaló ella a una revista británica. “Solo tengo dos personas a las que considero amigas aquí. Por encima de todo, mis verdaderos amigos son mi familia".
Desde que en 2022 retomara su agenda oficial tras superar aquel bache de salud antes mencionado, la princesa se ha mostrado bastante más risueña, al menos de puertas para afuera. De hecho, se comenta que está encantada de asumir una serie de labores de mecenazgo hasta ahora reservadas a su marido Alberto. Queda por ver si mantiene esa aparente alegría en su próxima gran cita, en este caso las celebraciones de la Fiesta Nacional de Mónaco, y, sobre todo, cuánto tiempo tardarán en volver a circular rumores sobre su supuesta insatisfacción amorosa.