Lo que mal empieza, mal acaba. Grosso modo, así se podría resumir la acertadísima crónica que Pilar Eyre elabora del noviazgo, boda y desdichado matrimonio de los reyes Juan Carlos y Sofía, que celebran sesenta años de su enlace. Nuestra bloguera se concentra en esta ocasión en cómo dos jóvenes que tenían toda la vida por delante, por deber a la corona y las presiones de sus padres, dieron el paso de casarse sin estar enamorados y al final llegaron a detestarse. O a sentir la más absoluta indiferencia, como ha contado Pilar Eyre cuando ha hablado de la actitud de la emérita ante el incómodo tema de las amantes de su marido. A través de su pluma genial y briosa, nos transporta a aquel 14 de mayo de 1962 en Atenas, cuando Juan Carlos y Sofía se dieron un 'sí, quiero' "que describieron como un cuento de hadas, cuando en realidad fue un relato de terror".
"Fue un despropósito desde el principio hasta el final", afirma Pilar Eyre en las páginas de Lecturas. Grecia afrontaba una situación económica y social dramática y de mucha agitación, el pueblo pasaba hambre y concentraban su odio en la familia real. "Protestaban por el alto coste del evento y la desmesurada dote que el Parlamento griego había asignado a Sofía. (...) Las cárceles estaban llenas de disidentes y los enfrentamientos en las calles laterales del cortejo, las que no veían los invitados, fueron tan duros que no hubo lugar en los hospitales para atender a los heridos", expone con crudeza en 'No es por maldad'.
Dentro del seno familiar, la tensión que rodeaba a los novios no era mucho más tranquilizadora. Federica, madre de Sofía, además, mostraba absoluto desprecio a Juan Carlos y lo extendía a su familia, y llegándole a repetir hasta el aburrimiento: “Tú, Juanito, no eres nadie”.
Muchos dirán, en todas las familias cuecen habas. Hay muestras de falta de sintonía, y tensiones con la familia política, pero en el caso de aquella boda, esto dio lugar a situaciones y escenas que rozaban la humillación y lo "ridículo". "Tuvieron que pagarse sus billetes de avión, los alojaron en un hotel de segunda y cada vez que don Juan entraba en un sitio, en lugar de sonar la ‘Marcha Real’, que era lo apropiado, tocaban ‘Paquito el Chocolatero", desvela Eyre.
"Un bote entero de laca"
“Todo ha sido horrible... Federica es muy tacaña y solo le ha regalado a su hija una pulserita...”, le contó la reina Victoria Eugenia a su prima Beatriz de Sajonia, la abuela de Álvaro de Orleans, testaferro de don Juan Carlos. “No quiero decirte lo que parecía María, tan gorda y mal vestida... Y, como siempre, en las viñas del Señor... todo el mundo se dio cuenta”, apuntó de manera cruel también sobre la condesa de Barcelona, que tenía problemas de alcoholismo.
Aquel día transcurrió frenético para los novios, que celebraron dos ceremonias, una por el rito católico y otra por el ortodoxo. Y eterno. "Sofía se había levantado a las cinco de la mañana para que Elizabeth Arden se ocupara de su rostro con una mascarilla de pepino y caviar y Alexandre de su peinado, utilizando un bote entero de laca", nos descubre Pilar Eyre en las páginas de Lecturas.
El fantasma de la hemofilia
La noche de bodas siguió en la misma línea... o peor. Sofía, con los pies destrozados, tuvo que encargarse de practicar curas y primeros auxilios a su ya marido. "El día anterior, practicando karate con su cuñado, se rompió la clavícula y se hizo una herida muy fea en el brazo", narra nuestra bloguera, "el fantasma de la hemofilia había sobrevolado toda la boda. (...) La herida se había abierto e infectado. El yeso se había pegado a la sangre, lo que le causaba un sufrimiento espantoso. Sofía estuvo toda la noche tratando de despegar la escayola trocito a trocito", como relató la propia Victoria Eugenia. “Lo pasaron tan mal que no pudieron hacer nada”, apostilló. Sin embargo, otras voces afirman todo lo contrario y apoyan la versión de que Juan Carlos "se esforz" por su deber a la institución "y la obediencia a su padre". "¡Para eso se había casado con Sofía!".