Adiós a la Reina de las reinas

La reina Isabel II ha sido la monarca con el reinado más largo de la historia del Reino Unido. De no haber sido por un azar de la historia, hubiese podido cumplir su sueño: vivir en el campo, formar una gran familia y dedicarse a cuidar de sus adorados perros y caballos. Sin embargo, en 1936, tras la abdicación de su tío David, el rey Eduardo VIII, Isabel se convirtió en heredera del trono del Reino Unido.

Ese fue el primer momento clave de su vida y el pragmatismo que mostró en su ascenso dice mucho de su carácter estoico. Cuando la familia entendió que tío David iba a renunciar al trono para casarse con Wallis Simpson, una americana dos veces divorciada, Margarita, la hermana pequeña de Isabel, le preguntó: “¿Eso significa que serás reina?”. Ella contestó: “Sí, supongo que sí”. No volvió a mencionar el asunto hasta que su padre, el rey Jorge VI, le comentó que debía aprender a montar a caballo al estilo amazona para el momento –con suerte, dentro de mucho tiempo– en que le tocase participar en la ceremonia anual del Desfile del Estandarte.

Aunque se había resignado a ser reina, su prima Margaret Rhodes cuenta que Isabel estaba convencida de que ese momento tardaría en llegar. Por si fuera poco, en sus plegarias nocturnas pedía fervientemente un hermano que la adelantase en la línea sucesoria, convirtiéndose en heredero del trono. Peticiones desatendidas. En tiempos de guerra, Isabel se volvió más reservada, pero su serena determinación salió reforzada. Así lo percibió Eleanor Roosevelt en su visita a Gran Bretaña de 1942. Durante la estancia de la entonces primera dama de Estados Unidos en el palacio de Buckingham, Isabel presionó insistentemente a sus reticentes padres para que la dejasen participar de algún modo en la campaña bélica, como todas las niñas de su edad. Lo consiguió en marzo de 1945, cuando el rey la autorizó a enrolarse en el Servicio Territorial Auxiliar (ATS).

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