El 31 de agosto de 1997 todo cambiaba para siempre. El mundo se paralizaba ante las primeras noticias. Diana de Gales sufría un accidente mientras cruzaba el Puente del Alma en París. A su lado, Dodi Al-Fayed, su novio. ¿La causa? Al parecer una persecución para esquivar a unos paparazzis. Nada quedaba claro. Pasaban las horas, los minutos y la información goteaba en los especiales que, inmediatamente, las televisiones comenzaron a emitir. En aquel entonces no teníamos redes sociales. Tal vez fue mejor. Finalmente llegaba la tragedia. Diana, la reina de corazones, la princesa que nunca quiso reinar, fallecía a los 36 años. La sociedad británica enmudecía. La Corona se tambaleaba. El mundo callaba. Ya nada volvería a ser como antes.
Diana de Gales fue mucho más que Lady Di. Mucho más que ese icono de estilo que copiaban desde las revistas de moda, mucho más que la princesa tímida y apocada que rompía su cascaron ante las injusticias de los Windsor, mucho más que esa mujer completamente destruida que se sentaba a conceder la entrevista más dura que nunca se ha visto en televisión. Diana fue todo eso, sí, pero también mucho más. Diana fue el pueblo, fue el dolor desgarrador, fue la voz que se alzaba cuando nadie se había atrevido a hacerlo. Diana de Gales fue el espejo en el que muchos se miraron, el referente que necesitaban, la mano tendida en momentos en los que todavía se miraba hacia otro lado. Diana fue el mundo y este lloró en su trágico final.
Las calles de Londres se llenaban de gente al paso de la comitiva que acompañaba los restos mortales de la princesa de Gales. Sus hijos, Guillermo y Enrique, presidían el cortejo con una entereza que conmocionó a todos. Sus gestos, sus miradas, la contención con la que afrontaban, posiblemente, el día más duro de sus vidas, todo hizo que la lección de los príncipes quedase marcada tanto dentro como fuera de los muros de Buckingham Palace. La reina Isabel rompía el protocolo y se dirigía a la nación con un mensaje alabando el legado de Diana. Nunca antes había visto peligrar tanto su reinado. El pueblo pedía justicia y a la Corona no le quedó más remedio que claudicar. Como si hubiese otra forma posible.
La memoria de Diana de Gales continúa imborrable
El legado de Diana
Nada volvió a ser como antes tras la muerte de Diana de Gales. El legado de la princesa traspasaba su repentino final. La monarquía -y no solo la británica- tomaba nota. También la prensa, claro. No podía repetirse algo así. En la memoria de todos, los durísimos capítulos vividos y narrados por la princesa durante su matrimonio con Carlos de Inglaterra, ahora convertido en el rey Carlos III tras la muerte de su madre, la reina Isabel, en septiembre del año pasado. Las humillaciones, los desprecios, la imposibilidad de vivir su vida. La institución se replegaba y trataba de ofrecer una nueva imagen. No era una tarea sencilla pero tampoco les quedaba otra. ¿Quién podría pensar que, finalmente, incluso Camila tendría su lugar? Seguro que nadie en aquel momento.
La influencia de Diana marcó el devenir de las futuras generaciones. Su labor humanitaria, su lucha por los derechos civiles, su empeño en dar voz a los que no podían tenerla son enseñanzas que vemos a diario tanto en sus hijos como en el resto de monarquías. Ya no sirve el encerrarse en palacio y recelar sobre todo lo que sea acercarse al pueblo. Esto lo aprendimos con Diana de Gales. “La admiraba, era un ser humano excepcional”, pronunció la recordada reina Isabel II en un mensaje televisado. Todavía no lo sabía pero el influjo de Lady Di iba a marcar su propia -y longeva- vida. Ahora, es el espejo de Kate Middleton, la princesa de Gales tras la coronación de su suegro Carlos.
Diana de Gales, junto a su marido y sus hijos Guillermo y Enrique
El futuro de los príncipes
“Dicen que quiero destruir la monarquía, pero ¿por qué querría destruir algo que es el futuro de mis hijos?”. Diana de Gales rompía su silencio ante el periodista Martin Bashir en la BBC y convertía aquella charla en una de las entrevistas más importantes de la historia. Por primera vez, un miembro de la Familia Real daba el paso y se mostraba natural ante los medios. Hablaba de todo y de todos. Tanto que, años después, la propia BBC ha pedido perdón a los hijos de la princesa por aquel programa. Diana en estado dolorosamente puro.
“Me infligí dolor a mí misma porque quería que me ayudaran”, pronunciaba casi en un susurro. “Tuve bulimia durante varios años”, continuaba. “La causa fue que mi marido y yo tuvimos que mantenernos juntos para no decepcionar a la gente”. Nadie estaba preparado para aquel testimonio. Si Diana ya era la princesa del pueblo, aquello al convirtió en una leyenda. Se rompía el muro de cristal que siempre había rodeado a la monarquía y lo hacía de la peor forma posible. Llegaba una nueva era. Una que la princesa de Gales propiciaba pero que, por desgracia, poco iba a poder disfrutar.
Diana de Gales, durante su entrevista en la BBC
Diana, eterna
Cuando uno piensa en Diana de Gales con la perspectiva que dan 26 años todavía no puede creer todo lo que ocurrió. En su vida y, tristemente, en su muerte. Con tan solo 36 años desaparecía uno de los grandes iconos que ha dado la humanidad, una mujer que rompió moldes y esquemas, que logró lo impensable, que estaba destinada, aunque posiblemente no le gustase, a ser el ejemplo de muchos y muchas. Una persona excepcional cuyo legado ha sido, como no, excepcional. Cuando uno piensa en Diana de Gales sigue sonando aquella canción de Elton John y el mundo llora su pérdida. Porque por mucho que pase el tiempo, hay dolores que nunca terminan de sanarse.