“A ver, Pipe ponte ahí que te haga una foto con la abuela. Sonríe un poco, hombre. Así, así, ¡qué cualquiera diría que te estás graduando!”. No estábamos en Virginia (EEUU) asistiendo a la conversación entre la infanta Elena y su hijo mayor, Felipe Juan Froilán de Todos los Santos, pero nos la imaginamos porque todos hemos sido él. Las imágenes de este importante acto (que se ha visto retrasado tres años por los problemas con los estudios del joven) han visto la luz y nos han dejado claro que el nieto predilecto de Juan Carlos es capaz de pasar de dar el perfil más responsable al más fiestero en cuestión de minutos.
La graduación, a la que acudieron las tres mujeres de la vida de Froilán (sin tener en cuenta a su novia Mar), su madre, su abuela y su hermana, estuvo marcada por una ceremonia en la que se le hizo entrega al joven de su título. La secundaria acababa para él y, ante su horizonte, se extendía la vida adulta, esa que suena tan bien sobre el papel, pero que después es una verdadera trampa mortal. También sabemos lo que nos decimos, Pipe.
Pero para Froilán todo eran buenas noticias: se marchaba de Estados Unidos, regresaba a casa, y se saldría con la suya en lo que se refiere a estudios universitarios, los cursará en Madrid y hará ADE. Y, además, pasará el verano de su vida, maximizándolo entre salidas por las discotecas de la capital, los San Fermines y escapadas a la playa. No tendrá queja.
Pero su zambra estival arrancó mucho antes que el Chupinazo pamplonica. En la misma academia de secundaria, una vez tuvo su título entre las manos, este Borbón hizo gala de aquello que le ha convertido en el ‘príncipe de la noche madrileña’: su don para la fiesta. Lo primero que hizo tras ser un señor graduado, con camisa, pantalones y zapatos se lanzó al río, y, tras ello, se fumó un habano, un cigarrito pal’ pecho, por el trabajo bien hecho. Claro que sí. Muchos ya pensaron que nunca se lo fumaría.