En las promociones de sus libros Juan del Val (52 años) suele decir que, de su familia, la que verdaderamente ‘tiene una entrevista’ es su madre. Y no le falta razón. La señora Ángeles Pérez Guerrero lleva desde los años ayudando a presos. Lo que empezó como un voluntariado más ha acabado salvando las vidas de miles de reos. Siguiendo la petición del marido de Nuria Roca, hoy desgranamos la vida de la heroína sin capa que “se parte la cara” por sus hijos. Los naturales y los que están en la cárceles.
En el año 2019, el periódico El Mundo le dedicó tres páginas a esta mujer que nació hace 82 años en Sorihuela del Guadalimar (Jaén). Tituló así: “La abuela del millar de presos”. Y cada palabra de ese titular es cierta. Es abuela porque tiene 7 nietos. De hecho, hasta es bisabuela. Y también ha ayudado a un millón de presos, porque por sus casas de acogida han pasado centenas de hombres y mujeres en busca de una segunda oportunidad.
El viernes 29 de septiembre, en conversación telefónica con Susanna Griso, Ángeles decía que su hijo Juan del Val “es diferente”. “Se parece en algunas cosas a mí, que yo tampoco soy normal”. Y no tiene que serlo para haber logrado una auténtica heroicidad casi sin ayuda. Una persona normal, en los años 80, con 3 hijos en casa, no se habría presentado voluntaria para echar una mano en el reformatorio de Carabanchel. Una persona normal no habría abierto su corazón y sus oídos a lo que tenían que decirle todos esos jóvenes con miedo a acabar su condena; porque no sabían dónde iban a dormir. No les querían en casa, y no tenían dónde ir a parar mientras encontraban un trabajo con el que empezar a volar solos.
Con este planteamiento, que se repetía en muchos de los presos a los que visitaba, Ángeles dio forma a su plan. Necesitaba un piso en que poder dar refugio a quien lo necesitara. Primero vino uno en frente del Hospital Gregorio Marañón y después, con mucho esfuerzo, vinieron los siguientes. Actualmente, Pérez Guerrero dispone de seis pisos con más de 40 camas disponibles para personas que busquen una auténtica reinserción. La abuela de los reos se la da.
Tres años después de poner en funcionamiento su idea, Ángeles ya tenía su fundación en marcha, Asociación Pro Recuperación de Marginados (Apromar), en el barrio de Entrevías. Lo de ayudar se lo había tomado muy en serio. Y lo hacía a conciencia, compaginando estas labores solidarias con su familia. Ahora lo cuenta así: “Para todo en esta vida se saca tiempo, nunca les ha faltado a mis hijos mi apoyo, por mucha gente que haya tenido. Solo hay que organizarse”, dijo en ‘Espejo Público’.
No solo realiza su trabajo en la media docena de pisos que tiene la asociación, también visita cárceles. Actualmente, tiene 150 presos a los que dedica su tiempo y por los que, como ella dice, “se parte la cara” y llega hasta donde pueda llegar. Lo hace convencida y con la mirada libre de prejuicios, “yo no soy juez de nadie”. Los reos saben de ella y solicitan su asistencia. Pedir la visita de Ángeles es pedir el paso a una vida mejor, porque, como ella cuenta “de mis pisos la gente sale trabajando”. Ella es la auténtica reinserción.
No le importa lo que hayan hecho en el pasado, crímenes de sangre, robos o tráfico de drogas. A ella le bastan las ganas del otro de salir adelante. Su ayuda es completamente desinteresada, de ahí que muchos sientan que, cuando su familia le ha dado la espalda, aún queda esperanza. “Hay alguien fuera que te quiere”, les suele decir. Y ese alguien es ella. Pero, con el tiempo, empieza a ser más gente. Como la psicóloga de la asociación, el educador o la cocinera. Ella les ofrece esperanza y eso, entre rejas, es todo.
La madre de Juan del Val, madre de muchos más
Aunque en el libro de familia de Ángeles Pérez figuren Juan del Val y sus otros dos hermanos como hijos biológicos, lo cierto es que tiene muchos más. Así lo sienten todos los presos que cada año, por el Día de la Madre, dedican su tiempo a llamarla y decirle lo mucho que la quieren. Le deben todo. Sin ella, nada de lo que viven ahora sería posible. Y eso, a esta jienense que dejó de estudiar a los 13 años, le llena el pecho de orgullo.
Para Juan del Val era completamente normal volver de clase y toparse a su madre en casa acompañada de un grupo de presos. “No, esto no lo puedes hacer”, le decía al escritor; “mira, hijo, mejor escoge esto otro”, le decía al reo al que acababa de invitar a merendar. ¿Era lo normal? ¿Era lo que pasaba en el resto de hogares de los compañeros del comunicador? Desde luego, como dice Ángeles, ellos siempre fueron diferentes.