Lo que emana de una pareja como Mario Vaquerizo y Alaska, además de amor absoluto, es la mejor de las complicidades. Una sintonía bárbara que pocas personas logran alcanzar, y que ellos llevan trabajándose desde hace 16 años. Ayer visitaron a Bertín Osborne en su finca de Sevilla, y el matrimonio estuvo hablando con el artista de todos estos años juntos, de cómo eran antes de ser ‘Marito y Olvi’ y de los duros golpes de la vida que les hicieron darse cuenta de que son capaces de amar (y echar de menos) lo que más les saca de quicio del otro.
Alaska, serena, apacible y seria, contó cómo había sido ser hija de inmigrantes llegados a México. Su madre, de Cuba, y su padre, de Asturias, coincidieron en el país de Diego Rivera y ahí se enamoraron. Con solo 10 años la joven Olvido viajó del colorista México a la España gris de entonces. Asegura haber sufrido un shock que le duró un mes. Pasados los 30 días, ya estaba adaptada. Contó que nunca le ha gustado su nombre, que prefiere que la llamen Alaska, que para eso lo eligió ella, extrayéndolo de una canción de Lou Reed. Con la adolescencia en plena ebullición entró a formar parte de un grupo, ‘Kaka de luxe’, y su madre no se quedó tranquila hasta comprobar que todos eran buenos chicos. Alaska quería ser una rockstar como las que leía en sus libros de biografías y aspiraba a llevar ese ritmo de vida. Así se convirtió en una leyenda y empezó a formar parte de la historia musical de nuestro país.
Alaska y Bertín se conocieron en ‘Lluvia de estrellas’. Él ejercía de presentador y ella era jurado. Después coincidieron en actuaciones, galas y demás eventos relacionados con la música; incluso el jerezano la llevó un día a casa, donde sus hijas, aún pequeñas, alucinaban con el look de Gara. Olvido, que siempre ha sido muy ‘niñera’ pero nunca ha querido ser madre, se puso a jugar con ellas, puesto que, asegura, “si en una casa hay perros o niños, ya sabes donde me vas a encontrar”.
Y si a ella le gustan los niños, a Mario le vuelven loco. Tanto, que le hubiera gustado ser padre, pero Alaska reconoce que es una responsabilidad demasiado grande. Además, a ella le habría tocado hacer siempre de mala, ya que Vaquerizo se quedaría el papel de padre colega.
La infancia de Mario fue absolutamente feliz. Aunque tenía unos gustos que muchos no comprendían, siempre fue respetado por sus padres y hermanos. Al mediano le gustaba imitar a John Travolta, los programas musicales de la televisión y hacer desfiles de modelos. Las clases de judo a las que lo apuntó su padre no hicieron más que reafirmarlo en lo que de verdad disfrutaba y aquello que odiaba.
El optimismo y la alegría del líder de las Nancys Rubias quedó tocado tras la repentina muerte de su hermano Ángel. Con treinta y pocos, y siendo el hermano mayor de la familia, Ángel fallecía atropellado por una ambulancia. Aún se rompe al recordarlo, pero Mario, que siempre saca el lado bueno a todo, recordará para siempre la entereza y fuerza que demostró su chica, y, aunque perdió esa vitalidad tan suya tras el golpe (algo que Alas echaba tremendamente de menos) volvió como si nada un domingo sentado frente al televisor mientras se emitía ‘Aída’.
Esa sintonía de la que hacen gala, y que demuestran que el otro no tiene secretos para ellos, se hizo patente en una ‘rave’, cuando llegaron a la conclusión de que debían casarse. Y así hicieron, con una boda en Las Vegas, en la que Mario estaba muy nervioso y sin decírselo a nadie.
Al final, aunque Mario haga bromas sobre lo peligroso que es liarte con su jefa, la cosa no podría haberle salido mejor a este par, que reconocen que para estar así de bien tan solo hace falta “estar enamorados de verdad y tenerse respeto”.