Hace unas semanas, Adriana Abenia nos contó cómo habían sido estas semanas sin poder decir ni ‘mu’ tras su operación de un tumor que apretaba su tráquea. Tras quitárselo, esto le provoco un rasgado en las cuerdas vocales que le hacía estar afónica. No podía hablar y debía aprender, con la ayuda de una logopeda, a volverlo a hacer. No ha sido un proceso fácil, pero ahora lo mira como el que observa satisfecho la carrera repleta de obstáculos que acaba de completar. Pues a ella le sucedió igual. Al atleta le queda una medalla de recuerdo, y a Adriana una cicatriz que cruza su cuello.
“Me veo a mí misma como una chica mala”, cuenta en su blog para 20 minutos. Abenia siente cómo el espíritu de los atracadores Bonnie y Clyde Borrows se ha apoderado de ella desde que luce este ‘corchete’ en el cuello, al que ha aprendido a mirar con valor, no sin antes haber pasado una racha de profundo miedo. Miedo a que se le descosiera en el momento más insospechado y su cuello se abriera como si de un muñeco Pez se tratase, de esos que dispensan caramelos. Todo igual de improbable como de terrorífico.
Ahora, al igual que hacía de niña, se toca la cicatriz, como lo hacía en el colegio cuando se echaba las rodillas abajo y cada una de las marcas de su piel escondían un accidente, una historia. Ahora ella tiene la suya, una historia de superación, de vencer los obstáculos que nos pone delante la vida y a los que hay que echar arrojo y fortaleza. Y ella bien sabe cómo hacerlo.
Hace unos días, y para celebrar su mejoría, la comunicadora estuvo con su marido disfrutando del Open de tenis, en donde se los vio acaramelados, felices y completamente entregada a su amor.