La serie 'Adolescencia' no ha dejado indiferente a nadie. A nivel audiovisual, es un espectáculo. Con cuatro capítulos grabados en un único plano secuencia, la nueva apuesta de Netflix nos sumerge en un problema nos afecta a todos: la escalada de violencia en la adolescencia y en las redes sociales. ¿Qué está pasando? ¿Cómo está cambiando el mundo y cómo está afectando a las nuevas adolescencias? El relato es desgarrador, y si todavía no la has visto, te esperan unas cuatro horas muy intensas.
Los actores y actrices son espectaculares, con especial mención al joven Owen Cooper, que se estrenaba actuando frente a las cámaras y que ha dejado a todo el mundo impresionado. Pero lo que realmente hace poderosa a esta serie es el problema que representa, la advertencia que lanza al espectador. También otros importantes asuntos como la hipergamia, los conocidos 'incels' o las pastillas rojas que aparecen la serie han dado mucho de qué hablar. Leticia Martín Enjuto, terapeuta con un Master en Psicología Clínica Infantojuvenil, y Mercedes Gil, educadora y directora del colegio Montessri British desgranan dos puntos de vista imprescindibles sobre el thriller psicológico.
Hipergamia, pastillas rojas e ‘incels’
Algunos de los asuntos que más interés han suscitado a la audiencia son la hipergamia, las pastillas rojas que se ven representadas y los ‘incels’. Estos llamativos conceptos se ven representados a lo largo de toda la serie como un elemento clave en el entorno y desarrollo de los jóvenes. Mediante estas connotaciones, muchos adolescentes cambian sus discursos y su forma de actuar. La pastilla roja que se ve representada en la serie con un emoticono tiene un significado mucho más profundo. “Es una ideología”, según uno de los personajes. Algo similar ocurre también con los ‘incels’ y la hipergamia. Estos dos términos se muestran en un contexto de odio donde los hombres se ven representados como “célibes involuntarios” y las mujeres solo buscarían a varones como pareja que tengan un mayor estatus socioeconómico. Son dos discursos que los creadores de la seria han querido transmitir a su público para hacerles reflexioanr.
¿Por qué?
La pregunta calve que plantea la serie, de principio a fin, es clara. ¿Cómo es posible que un joven de apenas 13 años cometa el más atroz de los crímenes viniendo de una familia aparentemente funcional? No es fácil responder a esta cuestión, pero Leticia Martín Enjuto, psicóloga especializada en adolescentes, lo ha intentado asegurándonos que “lo primero que hay que entender es que la adolescencia es una etapa llena de cambios, tanto físicos como emocionales”.
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En su experiencia clínica, “este tipo de conductas no acostumbran a venir de la nada”, asegura. En este caso en particular, “nos encontramos ante un cóctel que engloba muchos puntos que tienen como denominador común esa presión social, así como diferentes factores que tienen más que ver con la esfera emocional, una falta de habilidades de gestión de la frustración y ciertas señales de alerta que pasaron desapercibidas”.
“Si a esto le sumamos la influencia que tienen las redes sociales en nuestros menores, el cóctel aún se exacerba más”, explica la psicóloga. La experta hace hincapié en el efecto el entorno tiene sobre los adolescentes. “Tratando de obtener esa preciada pertenencia al grupo. Cometen actos impulsivos que no tienen un por qué claro, pero sí generan situaciones absolutamente devastadoras tanto en los demás como en ellos”, explica.
Una escalada de violencia
“La preocupación es absoluta”, asegura Martín Enjuto cuando le preguntamos sobre la escalada de violencia que parece estar viviendo la adolescencia. “Estamos viviendo una escalada preocupante de violencia entre menores, vivimos en un mundo donde la violencia está más normalizada que nunca, ya sea en los medios, el entretenimiento o incluso en las redes sociales. Los menores se encuentran expuestos a contenidos que no terminan de ser apropiados para ellos”, asegura.
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Esto es especialmente preocupante, porque como explica la psicóloga, es “el cerebro reptiliano, el cerebro propio de los impulsos, de los instintos”, el que juega “un mayor protagonismo en este periodo de la vida, dejando de lado nuestro cerebro neocórtex, el encargado del intelecto y de racionalizar aquello que hacemos”. Esta podría ser una posible explicación para esta escalada de violencia, según la psicóloga, que asegura que “la clave está en la educación emocional y en construir entornos, redes de apoyo, no solo en el ámbito familiar, sino también la escuela”.
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Las redes sociales
Es fácil señalar a las redes sociales como las absolutas culpables de la tragedia, pero caer en ese reduccionismo es peligroso. El problema no son (del todo) las redes, sino cómo la usan algunos adolescentes. En la experiencia de Enjuto, “las redes ocupan un papel prioritario que cohabita con la inmediatez del clic, el anonimato, la inmadurez, así como una búsqueda de reconocimiento y excesivos likes que validan su autoconcepto” en la vida de los nuevos adolescentes.
Señala, no obstante, que no todos los menores hacen un uso indebido de las redes sociales, “pero sí debemos tener presente que esa búsqueda de reconocimiento, así como ciertas dinámicas que se establecen en ellas, pueden ser generadoras de consecuencias devastadoras a temprana edad”.
En este contexto, entender las claves con las que se expresan los más jóvenes puede ser esencial para detectar señales de alerta. También es importante que eduquemos su uso, y no dejemos a los menores desprotegidos ante la red. La información, en este caso, es poder, y no son pocos los expertos que recomiendan incorporar seguridad parental en los dispositivos de los menores para protegerlos de los peligros a los que se exponen.
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El problema de la pornografía
Otro asunto que sin duda preocupa en la serie es el tema de la pornografía. ¿Cómo afecta esta exposición a los más jóvenes? Mercedes Gil, educadora con más de veinte años con adolescentes asegura que “ya hay varios estudios sobre el tema, realmente es una industria millonaria que no tiene la vigilancia que otros sectores tan influyentes que pueden producir adicción sí que tienen”. Entre otros, “se realizó un estudio en el Hospital Universitario de Canarias relaciona la exposición al porno en menores de 12 años con un deterioro en las funciones ejecutivas: atención, memoria y regulación emocional. Otros estudios nos dicen que el uso frecuente de pornografía aumenta en un 300% el riesgo de ansiedad o depresión”, según explica la desarrolladora del sistema Bachillerato Diferente.
“Save the Children ha establecido en 8 años la edad de primer acceso”, continua, “las consecuencias del consumo de pornografía son especialmente devastadoras en adolescentes, adquieren una visión distorsionada de la sexualidad y de las relaciones sentimentales, y se puede convertir en una verdadera adicción”.
Leticia Martín Enjunto, psicóloga, añade a todo esto un problema adicional. La pornografía a la que se exponen los menores es en muchos casos su primera interacción con las relaciones sexuales, y estas “ofrecen una visión absolutamente distorsionada sobre la práctica sexual real. Este punto genera que se desvirtúe la visión sobre la sexualidad, adquiriendo roles de género excesivamente marcados, así como un dudoso sentido del consentimiento”. Como solución, asegura que “es crucial que se establezcan momentos de encuentro, espacios libres de juicios, donde la información sea realista, veraz y respetuosa. Este intercambio de información en el hogar parte de la confianza entre padres e hijos”.
Nos invita, en ultima instancia, a recordar que la adolescencia “es una etapa en la que el criterio se va formando, y qué mejor que formarlo en el seno familiar”.
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El papel de los centros educativos
Sin duda una imagen que queda permanente en la mente del espectador es la de los pasillos abarrotados del instituto, las claras agresiones entre los adolescentes que pasan inadvertidas por los adultos y el descontrol en las aulas. Pese a la dramatización necesaria para construir una serie, estas imágenes son comunes en muchos institutos, y son motivo de alarma. Así lo considera Mercedes Gil, la ya citada directora del British Montessori.
“Aunque el argumento se articula en torno al problema de la machosfera, para mí lo más importante es el trasfondo escolar, familiar y social”, explica Gil haciendo un análisis global de lo que sucede en la serie. “La tragedia se podría haber originado desde cualquier otro radicalismo. Las culturas tóxicas a las que se pueden exponer los jóvenes que no son educados en valores y que se desconectan de sus redes familiares pueden ser muy diversas”.
Para la educadora, el principal problema se encuentra en el sistema educativo que queda retratado en la pantalla. “La ausencia de empatía es total”, asegura, “si empezamos por cubrir las necesidades de los adolescentes ahorraremos muchos problemas que en realidad son síntomas de esas necesidades no cubiertas”.
En este sistema que no presta atención a las emociones, nos encontramos con “un problema endémico”. El del bullying, que también queda reflejado en la serie. El diagnóstico de Gil es que es la consecuencia de “un sistema escolar competitivo basado en la coerción y el control” y sugiere que “hay que cambiar el enfoque desde el fondo”.
Pero ¿qué señales nos perdemos como padres que puedan alertarnos de estas terribles tragedias?
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Cambios que deben preocuparnos
Todo aquel que ha visto la serie se habrá lanzado las manos a la cabeza preguntándose, ¿sé todo lo que sucede en la vida de mi hijo? Para estar atentos, por ejemplo, a las señales que nos alertan del bullying, la psicóloga Leticia Martín Enjuto nos recomienda observar particularmente dos cosas.
- Cambios repentinos en su día a día. Pueden ser falta de sueño, estrés constante, inapetencia o apatía. Estos cambios deben alertarnos. “Un niño que siempre salía con sus amigos, que siempre era voluntario y que de repente empieza a ofrecer una negativa reiterada a salir”, por ejemplo, “puede ser un motivo de alarma”. En estos casos, recomienda la experta, “es importante que se indague en el por qué, sin ser invasivos ni hacerle sentir que estamos controlando sus acciones”.
- Descenso en el ritmo escolar. Malas notas que aparecen de repente, reticencia a acudir a clase o cualquier señal que nos alarme sobre el rendimiento del adolescente pueden ser “pequeñas pistas sobre que algo no está yendo excesivamente bien”. La psicóloga reitera y hace hincapié “en lo importante que es hacerles partícipes de nuestra vida y que ellos sientan que para nosotros también su esfera emocional es importante”.
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Un kit de herramientas
Para acabar, hemos preguntado a nuestras expertas cómo podemos prevenir estas situaciones desde casa. Qué claves debemos abordar en la educación de los adolescentes para evitar el horror. “La clave”, explica Enjuto, “está en construir una relación de confianza con nuestros hijos desde el principio, para que se sientan seguros y puedan hablar con nosotros sin ser juzgados o sentirse incomprendidos”.
También nos recomienda ofrecer a nuestros adolescentes una “caja de herramientas emocionales”, explicándoles cuáles son y crear nuestra pequeña caja, sabiendo en qué momento usar cada una. Estas herramientas pueden ser desde técnicas de regulación emocional, como la meditación y la respiración profunda, hasta formas de manejar situaciones de confrontación, por ejemplo.
“Apostaría por ayudarles a desarrollar inteligencia emocional de la mano de escucha activa”, añade. “Otra arma poderosa es el modelado, es decir, el dar ejemplo. En muchas ocasiones, cómo manejen el estrés los progenitores será el modelo a seguir del menor, promoviendo la tendencia a imitar aquello que ven”. Como punto final, invita a padres y madres a “hablar sobre las emociones abiertamente, sin demonizarlas ni catalogarlas de ‘buenas’ o ‘malas’, simplemente informarnos sobre por qué están, qué nos dicen y cómo de capaces somos de identificarlas”.
Por su parte, Mercedes Gil nos recomienda “estar disponibles por si se caen, pero darles autonomía y vigilarlos a distancia”, prestando especial atención a las nuevas compañías que acompañen a nuestros adolescentes.