En las casas hay un espacio para el trabajo, una cocina, una mesa para comer o un sofá para leer o ver la televisión. Son cosas que se consideran imprescindibles. En los tiempos que corren no lo es menos un espacio para relajarse donde se reduzcan al mínimo los estímulos exteriores. Se trata de conectar con uno mismo a través del cuerpo, aparcando por un momento la corriente de pensamientos que nos lleva de una cosa a otra, a menudo sin mucho orden.
Las personas que se deciden a crear este espacio en casa suelen optar por un estilo zen. La sencillez se lleva bien con el objetivo perseguido: experimentar la calma, incluso el vacío, en la mente. Puede ser un par de metros cuadrados en el salón, en el dormitorio -siempre que no se recurra a la cama y haya espacio para un nuevo ambiente– o cualquier otro lugar de la casa.
Cómo crear la atmósfera adecuada
Busca el lugar adecuado. Debe ser tranquilo para que cuando busques tranquilidad nadie pueda molestarte. Sería ideal que contara con una ventana desde la que pudieras ver algún árbol o planta. O puedes colgar un cuadro con una imagen que te inspire calma.
Crea un punto de atención. Puede ser una vela de té en un vaso, una flor, una foto o una pequeña obra de arte (un Buda o un mandala, el círculo que pinta los tibetanos con diferentes motivos). Puede servirte para concentrarte en algunas técnicas de relajación o como simple adorno que crea la atmósfera que estás buscando.
Una esterilla o una alfombra. Para sentarte con las piernas cruzadas o estirarte completamente. Necesitas también algunos cojines y quizá una mantita para taparte después de la práctica. Si es posible, elige en todos los casos fibras naturales -algodón, bambú, lana, cáñamo...– en lugar de poliéster y otros materiales sintéticos que nos cargan de electricidad estática.
Colores. Lo más importante es el gusto personal, pero ciertos colores se asocian al estado de relajación. Son el azul, el violeta, el dorado y el verde. En cambio, no parecen recomendables el gris, el negro y el marrón.
Aroma. Quema incienso o utiliza un difusor de aromas esenciales (preferiblemente electrónico, que vaporice mediante ultrasonidos) que inducen el estado de relajación, como el de lavanda, manzanilla o mandarina.
Una técnica sencilla
Antes de nada puedes tomar una ducha o si no tienes, tiempo, lavarte las manos, los pies y la cara. El contacto con el agua favorecerá la relajación, en parte porque descarga la electricidad estática que acumula el cuerpo.
Siéntate en el suelo con las piernas cruzadas, con la columna bien alineada y las manos apoyadas sobre los muslos. Los labios están entreabiertos y la lengua toca el paladar. Puedes mantener los ojos cerrados o un poco abiertos, mirando hacia delante, hacia un punto en el suelo a un metro de distancia.
Observa si sientes alguna tensión en el cuerpo. Intenta relajarla. Si no estás acostumbrado a la postura es normal que estés algo incómodo, pero cada día aprenderás a colocarte un poco mejor.
Concentra la mente en el ritmo de la respiración, que ha de ser natural, tendiendo a la lentitud y la profundidad. Respira siempre por la nariz, aunque si se inhala un poco de aire por la boca no pasa nada. Permanece conscientes del ritmo respiratorio: inspiración, ligera retención, espiración…
Te surgirán pensamientos de todo tipo, pero procura no hacerles caso. Si una idea te atrapa, abandónala y vuelve a prestar atención a la respiración.
Mantente concentrado únicamente en la respiración durante 5 minutos. Aumenta cada día un minuto hasta llegar a los 15.