Todas hemos sufrido su yugo y agradecido su existencia en diferentes momentos de la vida. Las hay que no se separan de él bajo ningún concepto, y luego estamos las que (me incluyo en este pack) preferimos evitarlo a toda costa. Pero lo que es indudable es que, al menos una vez en tu vida, has tenido entre tus manos la prenda de la que vamos a hablar hoy. ¡El sujetador!
Tan común es esta prenda, que casi la damos por sentado. Pero hubo un tiempo en el que los pechos sufrían un tormento aún mayor que el del aro del sujetador: el corsé. Por suerte, pudimos librarnos de él gracias a Mary Phelps Jacob. Esta es su historia.
El primer sujetador moderno
Para ser del todo justas, la idea de librarse de los corsés para siempre ya había calado en el mundo de la moda unos años antes de que Mary Phelps Jacob lanzara al mundo su gran idea. Paul Poiret, un famoso modisto francés, ya había diseñado lo que muchos consideran el primer sujetador moderno. Una prenda sencilla y discreta que prometía evitar a la mujer los martirios del corsé.
Su intención al crear esta prenda, sin embargo, estaba lejos de tener relación con el dolor y el malestar que producía en las mujeres que la usaban. Buscaba restaurar la naturalidad en los atuendos femeninos que se había perdido durante siglos anteriores, reavivando, entre otras prendas, el vestido estilo Imperio, que se volvió muy popular durante el régimen de Napoleón.
Estamos hablando de un conjunto ligero, de tejido almidonado que se puso de moda en el siglo XIX, sin que la estructura de la prenda impidiera que el uso del corsé resurgiera en 1811. Para Poiret, con cien años de distancia, la forma de esta prenda íntima destrozaba la figura natural que buscaba emular el vestido estilo Imperio. Y por eso, decidió buscar una alternativa más sencilla y menos voluminosa para que sus modelos pudieran lucir bien sus diseños.
Creó así el primer sujetador moderno en 1907, una prenda sencilla y discreta que sustituía al corsé. Pero quizá no fue el momento, o quizá no supo como convencer a las señoritas de la Francia napoleónica de deshacerse de sus corsés. Lo importante es que el diseño no prosperó ni consiguió especial relevancia en el mundo de la moda. Tanto fue así, que Poiret ni siquiera llegó a patentar su diseño.
Adiós, corsé
A quien sí le debemos acabar con el yugo del corsé fue a Mary Phelps Jacob, conocida por todos como Polly. Fue coetánea de Poiret, pero distante en geografía. Esta dama de alta sociedad de Nueva York se enfrentó una noche con un dilema bastante similar al que experimentó el modista francés con sus diseños. Había comprado un vestido precioso para asistir a una fiesta que dejaría sin habla a todos sus asistentes. Pero por culpa del corsé, no conseguía el efecto deseado, dado que estropeaba mucho el escote.
La joven, de 22 años, hizo llamar a su doncella francesa, que había oído hablar de ese curioso invento de Poiret que no había conseguido prosperar. Le contó la idea y, con dos pañuelos de seda, una cinta y un cordel, dieron forma a un sujetador sencillo que consiguió que Polly se convirtiera en la reina de la noche con su precioso vestido.
Las amigas de Polly pidieron a la joven que confeccionara sujetadores para ellas, despertando el interés en la prenda. Y cuando la primera oferta para pagar por ella surgió sobre la mesa (un dólar por cada una), Polly supo que estaba ante un negocio interesante. En 1914, tan solo 7 años después del primer prototipo de Poiret, Mary Phelps Jacob patentaba la prenda bajo el nombre de Backless Brassiere (corsé sin espalda).
¿De qué se hizo el primer sujetador moderno?
El primer sujetador moderno, por tanto, se elaboró con dos pañuelos de seda, a manos de la doncella de Mary Phelps Jacob, en Nueva York. Aunque, por supuesto, no fue este el material con el que se comercializó la prenda tras inscribir la patente.
Para sus sujetadores, Polly creó la marca Caresse Crosby, que, si bien se ajustaban a la moda de alisar el pecho, no ofrecían sujeción alguna. Quizá por eso, y pese a su éxito inicial, la empresa no llegó a prosperar, y quebró. Mary Phelps Jacob acabó vendiendo su negocio y la patenta a la Warner Brothers Corset Company por 1.500 dólares.
La verdadera prenda que prosperó y se convirtió en modelo de lo que ahora conocemos como sujetadores corresponde a otra mujer con una historia peculiar, Ida Rosenthal. Tan solo unos años más adelante, en 1917, Estados Unidos se une a la Gran Guerra. El gobierno pide a las mujeres del país que donen sus corsés metálicos para, con sus materiales, fabricar naves de guerra. El movimiento consiguió recaudar 28.000 toneladas de metal de esta prenda, que desapareció del mapa en un abrir y cerrar de ojos.
Y con los corsés fuera de juego, llegó el momento de Ida, una inmigrante judía de origen ruso que, tras tomar las medidas de centenares de mujeres, inventó el sistema de tallaje que seguimos usando hoy en día. Solucionado el problema de la sujeción, la prenda se volvió todo un éxito, perviviendo hasta la actualidad. Para estos diseños, por supuesto, Ida no usó dos pañuelos de seda, sino telas más asequibles y manejables, como el algodón.