Hace cinco años se paró el mundo. Era 15 de marzo de 2020 y la noche anterior nos había costado conciliar el sueño tras el mensaje del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, anunciando el estado de alarma por el incremento incontrolable de casos de Covid-19.
Yo mismo, que escribo estas líneas, tengo ahora mismo un nudo en la garganta y me repito en silencio frases que ahora mismo están en boca de todos: "me parece mentira", "siento como si no hubiera ocurrido", "parece que fue ayer" o "todavía pienso que es una película".
En un escenario apocalíptico, destacaba el ruido y el llanto de quienes nos daban de comer y quienes nos salvaban la vida, en supermercados que se convertían prácticamente en un parque de atracciones y hospitales en los que hacían magia a diario con héroes y heroínas sin capa. También la rabia de aquellas personas que habían perdido a un ser querido y no podían darle el último adiós.
En la revista Lecturas hemos querido representar esas voces, cinco años después de un confinamiento que nos cambió la vida. Leer y escuchar a personas que viajaron y transitaron durante esos meses entre el miedo, el dolor y el sentimiento extremo de culpa por celebrar, a ratitos, que podían pulsar el botón de 'stop' por un tiempo. Ellos son los que han escrito esas palabras para el recuerdo.
Jara Bravo (Barcelona): "Nos enseñó lo que verdaderamente era importante"
Recuerdo que lo primero que pensé cuando se decretó el estado de alarma fue que era una exageración. Que preferían ser precavidos teniendo en cuenta la magnitud que había tenido en China y que en unos días todo volvería a la normalidad.
Está claro que me equivocaba. Creo que lo viví como una película porque todo era extrañísimo. Las normas, las calles vacías, las cifras de fallecidos, la preocupación por tus seres queridos... Mis abuelos vivían a una calle de distancia y aunque hablabamos por videollamada cada día, siempre temía que el virus hubiera llegado a ellos.
Cierto es que, egoístamente, no todo fue malo. Fueron unos meses donde el tiempo volvió a ser nuestro. Trabajaba, sí, pero después no había prisa. Podías hacer ejercicio, pintar, leer con calma. Yo creo que me hablé con personas con las que llevaba tiempo sin poder hablar por falta de tiempo y retomamos el contacto a partir de esos meses. Y de aprender a estar con uno mismo, en tu propia mente. Está claro que hubiera sido mejor que esta pandemia no tuviera lugar por todas las personas que murieron, pero creo que nos enseñó lo que era verdaderamente importante.
Pablo Pastor (Madrid): "Entre todos sacamos fuerzas para seguir adelante"
Recuerdo los días de la pandemia de manera agridulce. Lo “bueno” que tuvo es que pude disfrutar de la compañía de mi familia y entre todos sacamos fuerzas para seguir adelante cuando teníamos un futuro tan incierto por delante. Sin embargo, los padres de mis mejores amigos fallecieron esos meses y no pude estar a su lado, siendo la peor parte de todo esto. Tener a gente que quieres pasando por uno de los peores momentos de sus vidas y no poder estar a su lado, fue algo que me costó interiorizar y que no fue fácil de gestionar.
Helena Arriaza (Cádiz): "Mi casa de niña fue un refugio en medio del caos"
Lo primero que se me viene a la mente al pensar en ese momento es la mezcla de emociones que todavía hoy me cuesta comprender. Por un lado, la absoluta preocupación por la cantidad de información que llegaba y me hacía apagar el televisor, por verme sobrepasada por la cantidad de muertes, por los amigos sanitarios que tenían que exponerse cada día, por ver a mi padre salir a comprar al supermercado y no saber si al volver todo estaría bien…
Una preocupación que se unía a la emoción de escuchar cada día los aplausos de los sanitarios a las puertas del hospital y de los gaditanos desde sus ventanas mostrándoles su admiración, mientras al otro lado de casa de mis padres, veía una playa desierta. Una imagen de Cádiz que me impactaba y que ahora me resulta casi imposible recordar.
Todo esto, si se me permite explicarlo así, sumado al ‘privilegio’ de volver a sentirme niña. El hecho de dejar Sevilla dos días antes del confinamiento, con la intención de volver a Cádiz durante las dos semanas que estaba previsto que sucediera el parón, me dio la oportunidad de volver a convivir con mis padres. Su casa, mi casa de niña, fue un refugio en medio del caos en el que la preocupación se veía un tanto paliada por la tranquilidad de ver, día a día y de primera mano, cómo mis padres estaban bien. Lo verdaderamente importante y algo que me recuerdo a mí misma cada día.
Carmen Álvarez (Bembibre): "Los aplausos y la música llenaban de vida ese rincón del mundo"
El confinamiento fue una experiencia traumática para gran parte de la sociedad, pero yo lo recuerdo con mucho cariño. En aquel momento, era estudiante y vivía en Madrid, pero tuve la suerte de regresar a casa y pasar el encierro con mis padres y mi hermano en Bembibre, un pueblo de León.
Durante esos meses, en mi calle creamos un vínculo muy cercano entre todos los vecinos. Decoramos las fachadas con carteles que colgaban de balcón a balcón y nos dedicamos a amenizar las largas jornadas, especialmente entreteniendo a los más pequeños del barrio.
Cada día, a las 8 de la tarde, los aplausos y la música llenaban de vida ese rincón del mundo. Por todo esto, y porque no perdí a nadie durante esta enfermedad, puedo decir que fui afortunada de vivir la pandemia en la mejor calle de España.