Una turista española muere en Tailandia atacada por un elefante

MAYKA NAVARRO
Mayka Navarro

Periodista especializada en sucesos y en ‘true crime’

Una joven vallisoletana de 22 años murió esta semana por el ataque de un elefante en Tailandia. La víctima, Blanca Ojanguren García, estaba bañando al animal cuando, al pasar por delante, le clavó uno de sus colmillos. La mujer murió a consecuencias de las heridas y en presencia de su novio, con el que estaba pasando unos días de vacaciones en el país asiático. 

El suceso ocurrió en el centro de paquidermos Koh Yao Elephant Care, en la ciudad de Yao Yai, en el mar de Andamán. Una de las trabajadoras del equipamiento mostró su sorpresa por el trágico incidente, asegurando que la mujer se encontraba echando agua al animal, y que se limitó a pasar por delante cuando fue atacada por el paquidermo.

Su vínculo con Leonor

La fallecida era estudiante de quinto curso de Derecho y Relaciones internacionales de la Universidad de Navarra, a cuyo Club de Seguridad y Defensa pertenecía. Se había desplazado a vivir a Taiwán por una beca de intercambio, y había aprovechado unos días de descanso del fin de año para visitar Tailandia, donde se desplazó al centro de paquidermos.

Blanca Ojanguren estaba acompañada por su novio, un soldado de Oviedo que durante la fase de instrucción fue compañero de la Infanta Leonor en la academia militar de Zaragoza. La conmoción en el grupo de estudiantes que compartían rotación en Taiwán con Blanca fue absoluta, así como en los círculos militares, porque la joven era hija de dos militares profesionales.

Su padre, Paulino Ojanguren, es un teniente coronel de caballería ya retirado y su madre es teniente coronel de Sanidad. Ambos viven en Madrid, aunque durante muchos años residieron en Valladolid, donde cursaron estudios sus hijos Blanca y Javier, cantante de un conocido grupo musical. 

Estadísticas letales

La víctima había realizado en los últimos meses prácticas profesionales en la sección de protocolo del Cuartel General de la Armada en Madrid, donde había colaborado organizando actos militares. En el 2022 hizo una pasantía en una empresa de asesoría técnico-jurídica en Madrid. 

Lavar a los elefantes constituye una actividad habitual en los centros de esparcimiento de elefantes en Tailandia, una atracción turística de las más populares de los turistas que visitan el país. Los animales también son utilizados para participar en espectáculos para turistas que, según han defendido siempre sus patrocinadores, sirven para sufragar los costes de cuidados y mantenimiento. Una excusa como cualquier otra para maltratar a unos animales que son explotados con fines exclusivamente económicos. 

En los últimos 12 años, se han producido 240 accidentes mortales protagonizados por elefantes solo en Tailandia. Aunque la mayoría se deben a animales salvajes que invaden las áreas habitadas por personas debido a la pérdida de su hábitat natural. En 2024 murieron 39 personas por las lesiones producidas por este animal.

Elefantes en Tailandia
Getty Images (No usar)

Maltrato animal 

El Departamento de Parques Nacionales de Tailandia calcula que más de 4.000 elefantes salvajes viven en los santuarios, parques nacionales y reservas naturales, una población en aumento, aunque aún muy por debajo de los 300.000 paquidermos que poblaban el país hace más de un siglo.

Se estima, además, que hay una población similar de elefantes domésticos en el país, la mayoría utilizados en espectáculos destinados a turistas. Antiguamente, miles de elefantes eran usados en la industria maderera, pero cuando la tala se prohibió en 1989 los paquidermos comenzaron a ser exhibidos en las calles para pedir limosna, una práctica que ha quedado erradicada, y en los centros de espectáculos lúdicos. 

El elefante es el símbolo nacional de Tailandia, pero por desgracia para el animal no implica que se le respete. Muchos turistas no conocen los daños que le causa subirse a su espalda, o todo lo que ha tenido que pasar para que acepte dejarse montar, haga malabarismos o pinte un cuadro con la trompa.

Alternativas éticas

No existe en Tailandia una normativa legal que regule el proceder de los centros de paquidermos, santuarios y centros de rescate. Pero sí existe la Fundación para el Asesoramiento y Acción en Defensa de los Animales FAADA, una fundación privada e independiente que lleva años advirtiendo de la estafa que supone estos presuntos santuarios de elefantes que ofrecen el baño como una “alternativa ética” a los paseos.

“Los centros que ofrecen interaccionar con animales salvajes no son verdaderos santuarios, ni se preocupan por su bienestar ni por la seguridad de las personas”, denuncian, insistiendo que el único objetivo es ganar dinero a partir de la explotación de elefantes en cautiverio a los que obligan a pasar horas en el agua rodeados de personas. 

Se asustan con facilidad

En julio del año pasado, otro español, un turista de 43 años, murió atacado por un elefante al que se había acercado para hacerle fotos en un parque natural de Sudáfrica. En aquella ocasión, se trataba de un animal salvaje. El hombre, que viajaba en su vehículo particular con su prometida y otras dos mujeres de nacionalidad sudafricana, detuvo el automóvil, se bajó y se acercó para tomar fotografías de una manada de tres elefantes con tres crías en la Reserva de Caza del Parque Nacional de Pilanesberg, en Rustemburgo, en la provincia de Noroeste. Las hembras se sintieron amenazadas y lo atacaron.

Memorias de África

El elefante es un animal salvaje y tener la oportunidad de verlo en su entorno natural desde una posición respetuosa y segura es algo que, como sabemos los que hemos tenido la fortuna de poder hacer, resulta sencillamente maravilloso. Me van a permitir que dedique las últimas líneas a hablar de mi particular historia con los elefantes africanos.

La primera vez que los vi en directo, encaramada en el camión de Ankawua, con el aventurero Dani Serralta en el parque nacional de Chobe, en Botsuana, lloré prácticamente hasta que me quedé sin lágrimas. Regresé siempre que tuve la oportunidad al continente africano para seguir contemplándolos en libertad. En el 2017, con mi amiga Marisa Bernáldez, hicimos una escapada al delta del Okavango. Uno de los días navegamos hasta una de las islas con un joven de una de las tribus de la zona que nos aseguró que era un guía local.

En realidad, era un aprendiz que se enfrentaba por primera vez a una manada de elefantes que le perseguía. No supo calcular que aquellos animales, con un montón de crías muy pequeñas en el grupo, avanzaba a una velocidad que hacía prácticamente imposible alcanzar el bote con el que habíamos llegado. Milagrosamente logramos situarnos por detrás de la manada y recuperar la embarcación.

A salvo, horas después en la tienda del campamento, lloramos sin consuelo por todo el miedo que llegamos a pasar. El elefante sigue siendo uno de mis animales preferidos, junto al caracol y mis perros Simón y Lola. Aprendamos a respetar a los animales salvajes.