Hay infinidad de imágenes terribles sobre los efectos aterradores de la dana a su paso por la provincia de Valencia el pasado martes 29 de octubre, con un balance provisional de 210 fallecidos, 214 si se suman las víctimas de Castilla la Mancha y Andalucía. Pero hay una escena especialmente desgarradora, la de un grupo de ancianos indefensos, la gran mayoría en sillas de ruedas, a los que la tromba de agua les pilla cenando en el comedor de la residencia. El vídeo es terrible.
El agua sube a tal velocidad que les alcanza la cintura, mientras los abuelos apenas se mueven y se escuchan lamentos y gritos de auxilio. Seis de esos ancianos murieron. El resto, más de un centenar, salvó la vida gracias a la labor de dos de las trabajadoras que cargaron a peso a los ancianos y los subieron escaleras arriba hasta los pisos superiores del Centro Residencial Savia, ubicado a las afueras de Paiporta. Un municipio de unos 24.000 habitantes y epicentro de un desastre que, pese a las alertas meteorológicas, los que debían hacerlo no lo advirtieron a una población a la que mayoritariamente el torrente de agua le pilló saliendo del trabajo, compran- do o regresando a sus casas.
Un torrente abrasados
Tiempo habrá de investigar judicialmente si hay responsabilidades penales por parte de las administraciones encargadas de trasladar esos men- sajes de alerta a la población de Valencia. Al cierre de esta edición, el balance de víctimas mortales era provisional a la espera de concretar un número indeterminado de desaparecidos que ni la comunidad autónoma ni el gobierno central han querido comunicar públicamente. Los responsables de la emergencia tienen constancia de que la cifra de muertos crecerá, porque algunas víctimas seguían seis días después del paso de la dana enterrados bajo el lodo en algunos de los numerosos párquines subterráneos en los que el agua y el barro alcanzaban el techo. Un lodo que ese martes por la tarde lo cubrió absolutamente todo a una velocidad destructiva, arrastrando y arrasando lo que trató de interponerse en su camino.
La gran mayoría de las víctimas mortales son hombres que, al ver el agua entrar por las calles de sus poblaciones, tuvieron la mala idea de ir hasta sus coches para intentar ponerlos a salvo. Unos pocos lograron salir del vehículo y fueron rescatados por otros vecinos enganchados a las sábanas que les arrojaron desde los balcones. Imágenes que han dado la vuelta al mundo. Los que pensaron que podrían dominar sus coches se equivocaron. Los vehículos se convirtieron en balsas neumáticas a merced de las olas del barrizal. Los coches colisionaban unos contra otros hasta formar tapones que durante días impidieron el paso en muchas calles de las localidades inundadas. Seis días después, algunas de esas barreras seguían taponando el acceso a las viviendas donde los inquilinos no habían podido salir de sus casas y recibían los víveres por los balcones.
La voz de las familias
A los que no perdieron la vida o algún familiar querido, el agua les arrancó prácticamente todo. Ni uno solo de los bajos, ni primeros de las cerca de 60 localidades afectadas por la dana quedó en pie. Se perdieron enseres y los re- cuerdos que definen la memoria de toda una vida. Deborah Venavent logró rescatar de la casa de su hermana en Brieva el álbum de fotos y su traje de novia. Un apartamento en el que tres días después de la gota fría lograron localizar, con la única ayuda de los amigos y del resto de la familia, el cuerpo de su cuñado, Francisco José Quesada, que ese martes por la tarde salió a pasear con su perra Kira por los alrededores de la casa. Deborah y su hermana Ruth fueron durante los primeros días la voz de muchas familias que, como ellas, tenían a un ser desaparecido y pedían a gritos ayuda para buscarle..
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