La semana pasada volví a mi querida Málaga y regresé a Madrid con el corazón más triste. Tenía pensado regresar a mi tierra en cuanto tuviera unos días libres, pero mi visita coincidió con el fallecimiento de la única hermana de mi abuela Concha, madre de mi madre, que quedaba viva. ¡Ay, mi adorada y querida abuela Concha, cuánto te echo de menos! Aunque mi abuela no esté viva, sigue siendo el amor de mi vida. Mi tía Mari Pepa ha muerto a los 96 años. Ella era monja de la congregación Santos Ángeles Custodios. Era la pequeña de siete hermanos. Su madre murió el mismo año que ella nació cuando solo tenía 4 meses de vida. Sus tíos Pepe Luque Repullo y Ana, su mujer, que no podían tener hijos, se hicieron cargo de ella como si fuera su hija. Fue una mujer muy guapa en su época de juventud y tuvo un novio al que, por circunstancias de la vida, dejó para entregar su vida a Dios. Mi madre me cuenta que cuando mi tía le dijo a ese hombre que había decidido hacerse religiosa, él le mandó una nota en la que le decía: “Qué corazón le vas a entregar a Dios con lo que has hecho con el mío”. Eso plasmaba de alguna manera el amor que ese hombre tenía por ella
Siempre he dicho que soy una persona creyente y eso, de alguna manera, me unía más a ella. Aún recuerdo cuando murió mi abuelo Tomás, marido de mi abuela Concha, y cómo nos quedamos en ese tanatorio toda la noche mi prima África, ella y yo. Estuvimos sentadas frente a él rezando el rosario. Mi tía ha hecho una labor magnífica por todo el mundo: Argentina, Chile, Puerto Rico (donde fue madre superiora)... Luego estuvo en Bilbao, Madrid y, finalmente, volvió a Málaga, su tierra. Recuerdo que, al llegar a Madrid, con 16 años, ella tenía una residencia para niñas que estudiaban aquí y sus padres no podían pagarles una casa. ¡Cuántas veces fui a comer a esa residencia con sus niñas, a las que cuidaba y mimaba! Esas chicas adoraban a mi tía. Nunca olvidaré su imagen cocinando para ellas. ¡Cuánto amor dio y nos dio! No solo a su familia en la que nació, sino también a la familia que ella eligió.
Me acuerdo de que cuando bromeaba con ella le decía: “Menudo chollo tienes con el esposo que te has echado. Este te da pocos problemas. No le tienes ni que lavar la ropa ni hacerle la comida”. Vamos, lo normal que hacía una mujer en aquella época. Mari Pepa era un ser de luz. El miércoles le hicimos un funeral en la capilla del Corpus Christi, que está muy cerca de su congregación. Allí estuvieron monjas de diferentes congregaciones, pero, sobre todo, estuvo María Eugenia, su superiora, que la cuidó en todo momento. Especialmente quiero agradecer en mi nombre y en el de mi familia la dedicación y el cuidado hasta su último momento de Tere Campano. Me alegré tanto de estar allí con mi familia. A mi madre le hubiera gustado estar con nosotros, pero viajar hasta Málaga para ir al funeral a las ocho de la tarde sé que le iba a trastocar mucho. Le dije que se tranquilizara porque yo iba como representación de toda la familia que estamos en Madrid y le mandé una foto para que ella viera a todos los que estábamos. Sé que mi madre al recibirla se emocionó porque sabía que nos acordábamos de ella. Todos los que pudimos estar rendimos un homenaje a una grandísima mujer. Para nosotros era la tía Mari Pepa; para su familia escogida, era la hermana María José. Tras su partida ya están las cinco hermanas juntas: Concha, Araceli, Lola, Amparo y ella. Se me saltan las lágrimas al recordarlas y saber que tenemos a un ángel más cuidando a toda la familia.