La semana pasada os comenté que esta Nochebuena sería la más difícil de mi vida. He necesitado unos días para poder contaros todo lo que viví y cómo me sentí en una noche tan familiar. Cuando las circunstancias de la vida son tristes, es un acontecimiento difícil de vivir. El pasado 24 de diciembre me levanté llorando sin consuelo. Cocinaba y se me caían las lágrimas. Me sentaba en el salón y lloraba. Abría el armario para ver qué me iba a poner esa noche y sollozaba. Así que hubo un momento en que me preocupé y pensé: “A ver, Terelu, viene gente a cenar a tu casa como ocurre desde hace años, tampoco les vas a dar la noche. Todos estamos aguantando sentimientos y haciendo un ejercicio de contención con el dolor”. Sorprendentemente, cuando llegaron las 20:45 de la noche me sentí más relajada, o sería que ya no tenía más fuerzas para seguir llorando.
El discurso del rey
Me puse a ver el discurso del rey Felipe VI con atención. En mi casa siempre ha sido una tradición verlo desde que empezamos con mi tío Juan, el hermano mayor de mi madre, y luego con ella. Tuve algún que otro rocecillo con los invitados que no entendían por qué me interesaba tanto ver el discurso. Es nuestro Rey y si vivimos en una monarquía me gusta saber qué es lo que piensa nuestro monarca de las preocupaciones que hay en nuestro país. Era el momento de dar tirones de orejas a quién tuviera que hacerlo si así lo consideraba y de apoyar a la sociedad. Me gusta, sobre todo, que apueste por los jóvenes. Creo firmemente en nuestra Constitución. Es el arma para vivir en convivencia. Ni quiero, ni me estoy metiendo en temas políticos, pero es mi humilde opinión como la de cualquier ciudadano de a pie.
La receta de mi abuela
Esta Nochebuena la he pasado con Carmen, mi cuñado, mi sobrina, mi exmarido, su pareja, mi hija y su amiga Isa. Ella es otra hija para mí. Este año hablé con mi hermana y le dije que no pensaba cocinar dos pavos como siempre. Luego sobra mucha comida y me da rabia. Carmen decidió hacer uno relleno y yo hice el de cada Nochebuena siguiendo la receta de mi abuela. Si me preguntáis por la receta tengo que deciros que, como nunca me acuerdo de todos los pasos, cada año la modifico un poco. El resultado es que siempre me dicen que está bueno y yo pienso que, mientras me digan que les gusta, me vale. Me gusta decorar la mesa pero esta vez la he puesto sencilla: solo un centro navideño con velas blancas y rojas. Se me olvidó poner los servilleteros, cosa que nunca me pasa. Durante el día no pude dejar de pensar en la foto que nos hicimos todos el año pasado con mi madre junto al árbol. “¡Qué día más malo tengo!”, pensé. Aun así la noche transcurrió con absoluta normalidad. Solo se me quebró la voz y me derrumbé cuando, al final de la cena, brindamos y dije mirando al cielo: “Por ella”. Fueron solo unos segundos, porque sentí el cariño de todos los que estaban conmigo y compartía el mismo dolor que tienen mi hermana, sus nietas y su “yerni”, como a ella le gustaba llamarle. Él estuvo afectuoso conmigo y empático en un momento complicado. Decidí tirar para adelante y estar tranquila charlando y sin mirar el móvil. Fue infinitamente mejor de lo que pude imaginar. Parece que lo de venir llorada funcionó. Prueba de ello es la fotografía que estáis viendo de las cuatro juntas: mi hermana, mi sobrina, Alejandra y yo. Siempre faltará mi madre en esa imagen. El día de Navidad fuimos a casa de mi hermana con Rocío Carrasco, Fidel, mi sobrina y nuestra amiga, Laura Oliver. Fue un día tranquilo sin nada especial. Lo disfruté más, porque preparar la noche anterior me pone más nerviosa.
Un deseo imposible
Hace unos días, celebramos la última noche del año. Decidí que después de mucho tiempo no haría la cena en mi casa. Me fui a las afueras de Madrid con mi amiga Paloma para no preocuparme de nada. Además, vino Carlos, uno de mis amigos de Málaga de la infancia. Fue una noche entre amigos. Hacía años que no recordaba pasar una Nochevieja así. A pesar de todo el amor y el cariño que les tengo a todos preferiría haber tenido la responsabilidad de haberla pasado con mi madre. Antes de las doce de la noche, como cada año, llegó el momento de los rituales: oro en la copa de champán, las lentejas en la mano, algo rojo, el pie derecho por delante. “A ver si cambias un poco”, pensé. Es un estrés para mí y encima me tenía que comer las doce uvas. No sabía que mi hermana no se las ha comido este año, pero alguien me lo ha chivado. Yo prefiero comérmelas. El único año que mi madre no se las comió fue el pasado, pero el anterior de una uva le hice doce trozos y se los comió todos. Hace un año, lógicamente, deseé que mi madre estuviera mejor. Sabía que era algo difícil, pero no que era imposible. Yo siempre pido salud, porque teniendo eso lo demás lo podemos buscar cada uno. Por cierto, todavía no he mirado si me ha tocado algo en la lotería. Todos los años me gusta mirar los premios a la antigua usanza en las páginas del periódico. Esta vez, la chica que trabaja en mi casa las tiró sin querer y, como no sé mirarlo por internet pues así sigo, sin saber si soy rica o no. Lo mismo mientras escribo esto me ha tocado un pellizco y no lo sé. Espero que todos tengáis un 2024 lleno de felicidad.