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¡Ay, Dios mío, mi niña! Es lo más importante que tengo, pero también es la que más me da que hacer en la vida. Cuando digo esto pienso: “¿Mi madre podría decir lo mismo de mí?”. Yo he sido una niña muy buena y Alejandra ha sido buenísima, responsable y estudiosa. Después llegó la adolescencia y eso nos arrasa a todos. Qué difícil es que tus hijos entiendan lo que tú les dices. En ese momento, te pones en el papel de tu madre. Al final, todos tenemos que tropezar en la misma piedra, caernos y levantarnos cien mil veces. Muchas mujeres que tienen hijas me entenderán. Hay momentos para las hijas en los que su padre es lo más para ellas. Siempre tienden a respetarlo y admirarlo por encima de la madre. Esto lo he compartido con mis amigas y parece ser algo genético. Cuando las hijas crecen y se convierten en mujeres empiezan a ser más cercanas a las madres porque tienen los problemas de una mujer y se sienten más colegas y unidas a nosotras.