Hace una semana que se ha ido Carmen Sevilla, una de las mujeres más queridas de nuestro país.Conocida como ‘la novia de España’, fue uno de los rostros más bellos del cine y de la canción. Carmen se ha marchado después de cumplirse una década de la última vez que pudimos ver su cara. Puedo imaginarme lo que han sido estos años de dolor para su hijo, Augusto. Solo el que lo sufre sabe hasta qué punto es una agonía diaria ver a la persona que uno más quiere en el mundo consumirse de esa manera tan cruel. Parece que cuanto más grandes son, más grande es su deterioro, por desgracia.
He pensado mucho en si su hijo ha hecho lo justo, lo correcto, lo adecuado o no con esa despedida silenciosa de su madre. Probablemente, para él es muy fácil que los demás opinemos. Estoy segura que debe tener sus razones de peso, aunque yo os confieso que no las entiendo. A lo mejor, agotado ya, no quería alargar en el tiempo la agonía que han sido estos años. También tengo la sensación, aunque a lo mejor me equivoque, de que a ella le hubiera gustado que le rindieran un merecidísimo último adiós. Seguro que la gente hubiera querido expresar todo el cariño que le han tenido siempre a ella. Carmen lo habría agradecido, porque dio mucha felicidad desde el cine y la televisión, sobre todo, durante sus últimos años profesionales. La televisión que hizo que ella reviviera e hizo que tuviera una ilusión, que es una de las cosas más importantes que podemos tener los seres humanos en la vida. A Carmen, la pequeña pantalla le dio esa ilusión para acercarse al público que tenía y al que no tenía porque no le pertenecía por generación. Hablo de todos esos niños, que ahora tienen 40 años o más, que la veían por primera vez en ‘El Telecupón’ y no sabían ni quién era. Al final, terminaron queriéndola porque les hacía reír y disfrutar. Recuerdo el último año que dio las Campanadas. Mi familia y yo estábamos celebrando la Nochevieja en el hotel Conde Duque de Madrid. Cuando llegó Carmen, venía muertecita de hambre. Quería quitarse la faja, porque venía reventada. Normal, las fajas no se aguantan nunca. Qué felicidad tenía en su cara cuando pudo comer algo, se vio relajada y pudo disfrutar del resto de la noche.
Carmen Sevilla y mi madre
Ese ha sido uno de los grandes privilegios que he tenido por ser la hija de quien soy. Gracias a eso me he podido rodear de gente como Carmen Sevilla. Estos días he podido ver a mi madre, en unas imágenes inéditas del programa ‘¡Qué tiempo tan feliz!’, pintándole los labios a Carmen cuando la enfermedad ya empezada a aflorar en ella. Se me saltaron las lágrimas. Lloraba por ver el cariño y la admiración que siempre se han tenido las dos. Lo mismo que mi hermana y yo también se lo hemos tenido a Carmen. Me emocionaba por ver la fragilidad y la imagen de dos grandes mujeres que, desgraciadamente, no son lo que eran. Qué orgullo y qué felicidad sentí cuando vi que mi madre tuvo la suerte de hacerle su última entrevista en televisión. Querida Carmen: “Gracias, por los muchos momentos que he podido pasar a tu lado. Por esas cenas junto a Enrique Miguel Rodríguez, Marili Coll y Rubén Domínguez, entre otros. ¡Qué bien lo pasábamos! Buen viaje. Como buena creyente que siempre has sido, deseo que desde arriba estés al lado de los tuyos”. La vida está llena de contrastes. Unos se van y otros nacen.
Hace unos días, me pilló por sorpresa la noticia de que mi amigo del alma, Tito Pajares, al que amo, y su mujer, Sofía Mazagatos, están esperando su segundo hijo. No me lo habían contado y así se lo hice saber a los dos. Cogí el teléfono, les regañé y me dieron toda la razón. Fue una riña cariñosa con una grandísima dosis de felicidad. Después de lo que les ocurrió, me consta que deseaban mucho tener otro hijo. Como le dije a Sofía, esto me parece muy bueno para su otra hija. Siempre os he dicho que, si yo hubiera tenido oportunidad, hubiera querido ser madre de nuevo para darle un hermano a Alejandra.