El silencio que han impuesto Felipe y Letizia contrasta con las múltiples imágenes de las vacaciones de Juan Carlos y Sofía, que además detallaban cómo pasaban Nochebuena y Nochevieja.
Por mucho que estemos acostumbrados, no deja de ser una extravagancia que los reyes desaparezcan del mapa durante quince días, sin que sepamos nada de ellos ¡podría habérselos tragado la tierra y nadie se habría enterado! Y este inexplicable silencio no hace más que propiciar los rumores más demenciales, desde amores secretos a viajes a lugares exóticos y todo tipo de elucubraciones, algo que en el fondo debe gustar a la pareja real ya que repite el mismo modus operandi año tras año desde hace veinte. En realidad, no hace falta que salgan de su casa para pasárselo bien, porque allí tienen de todo, desde una piscina cubierta de buen tamaño hasta sauna y spa, además de un completo gimnasio con las máquinas más modernas. Siempre se nos habla de la modestia del Pabellón del Príncipe, obviando que tiene una amplitud de 3.150 m². Si gustan de pasear a caballo, hay cuadras y una pista de hípica, también pueden circular en patinete o en moto, porque, aunque su jardín “solo” tiene una hectárea y media, están rodeados de un parque para uso propio de 65 hectáreas, donde también pueden jugar a los agricultores, ya que hay varios huertos para su consumo. Y hacer prácticas de tiro en un lugar acotado para ese uso. Asimismo, cuentan con helipuerto, pista de tenis, pádel, sala de juegos con pimpón y un pequeño cine. Si necesitan médicos, entrenadores, abogados, peluquero, masajistas, modistas, lo que sea, lo tienen sin salir de casa ya que acuden en cuanto los llaman.
Privilegios reales
Se suele justificar este largo paréntesis vacacional en la necesidad de descanso de la pareja real dado el inmenso trabajo que recae sobre sus hombros. A ver, creo que este peso es menor que el de cualquier ciudadano corriente. Para empezar, no tienen que hacer ninguna tarea doméstica, solo deben tocar un timbre para que les lleven desde un vaso de agua a una comida para doce personas. Cuando Letizia se hizo novia de Felipe comentó su sorpresa al ver que su futuro marido no había abierto nunca una nevera personalmente. Ahora Letizia no sé si ha abierto neveras, pero seguro que no ha vuelto a coger una escoba ni ha necesitado plancharse una camisa desde que dejó de ser una persona corriente. Y no digamos las fastidiosas tareas que debemos llevar a cabo los simples mortales, desde ir a la tintorería hasta poner gasolina en el coche. No han tenido que hacer cola, ni pedir turno, ni coger el metro en día de lluvia, ni demorarse en esas mil cominerías burocráticas que nos complican la vida, desde renovarnos el carnet de identidad hasta buscar una fe de vida, porque tienen asistentes que lo hacen en su lugar sin necesidad de que ellos muevan ni un dedo. Y no digamos ya preocuparse por llegar a final de mes o poder pagar esa hipoteca en la que te has embarcado. Los reyes también están tranquilos en este aspecto ya que su asignación, a la que hay que sumar la de Juan Carlos, que revirtió en ellos, es suficiente, dado que la mayoría de sus gastos los paga Patrimonio Nacional o los ministerios correspondientes.
Una agenda asequible
Por otra parte, su trabajo tiene un alto valor representativo y estoy segura de que llevan a cabo todas las tareas para las que se les requiere, pero el hecho de poder ver tantas imágenes de cada acto tiene un efecto multiplicador indudable. Este año pasado la pareja solo ha realizado dos viajes oficiales, a Holanda e Italia, ha asistido al funeral de Constantino en Windsor y, por separado, a los Juegos Olímpico de París. La agenda del rey está bastante llena de audiencias, aunque mucho menos que la de su padre, según me aclara un exempleado de la casa. La reina Letizia, por su parte, ha tenido una media de dos o tres actos semanales. Es cierto que, según dicen, se los prepara a fondo, pero a pesar de eso tiene muchos días a la semana en los que puede dedicarse a tiempo completo a algunas de las opciones que le proporciona su lujoso tren de vida. Aunque, como dijo su abuela Menchu el día de su boda citando a San Pablo, “si no tengo amor, todo me falta”.
Silencio innecesario
De todas formas, lo más llamativo de estas ausencias programadas, tanto las de verano como las de invierno, es la falta total de noticias sobre sus actividades, una rareza que no ocurre en ninguna monarquía ¡hasta los emperadores de Japón se han dejado ver en la fiesta de fin de año! Líbreme Dios de comparar este reinado con el anterior, pero no puedo dejar de acordarme de las múltiples imágenes de las vacaciones invernales de Juan Carlos y Sofía con sus hijos.
No solo se sabía cómo pasaban la Nochebuena y la Navidad, sino que se les fotografiaba tranquilamente en el Valle de Arán e incluso tenían la deferencia de posar para la prensa. Es una pena que esa tan publicitada trasparencia no incluya también estas misteriosas, no diré vacaciones, sino desapariciones. Es una forma pésima de terminar un año en el que la monarquía ha hecho valiosos esfuerzos para acercarse a los ciudadanos. ¿Somos exagerados? Quizás sí, pero es que no queremos esperar una generación para saber lo que se cocina de verdad entre los muros de palacio.