Españoles, Interviú ha muerto. Y una parte de mi juventud se va con ella. Ahí me convertí en periodista ye-ye, como me llamaba Marujita Díaz, acudía dónde se me llamaba, y donde no también, con mi flamante Seat Ritmo y mi perro “Bakunín” en el asiento de atrás.
Voy a recordar un viernes cualquiera, en la redacción de la calle Rocafort solo estábamos Luis Cantero y yo. Llaman al teléfono, lo coge Luis, es Tita Cervera, entonces solo una vedette muy guapa y muy embarazada. "Vais a publicar unas fotos mías desnuda con la barriga en la piscina de casa… os las ha vendido la amiga que me las hizo…”. Luis fingía consultarme, “me dicen que el director se ha ido, ¡imposible parar la edición!" Y una Tita desesperada ofrecía, “os haré un desnudo precioso, una entrevista íntima con nombres de famosos a cambio”. Pero esas fotos salieron el miércoles y nos apuntamos un tanto, aunque debo reconocer que no ha sido el episodio profesional del que más orgullosa me siento. Y otra: el actor alemán Helmut Berger estaba rodando una película en Barcelona y llevaba diez meses enclaustrado en el hotel Avenida Palace.
Sus excesos habían acabado con su carrera, pero había sido el amante de Visconti y el hombre más guapo del mundo y quería entrevistarlo. Su habitación estaba en penumbra y olía a cerrado. Yacía en la cama, pálido y desnudo, en la mesita de noche, un tubo de “optalidones” y una botella de champagne vacía. Me miró y me dijo con voz frágil “¿podrías acostarte a mi lado y abrazarme?” Lo hice y permanecí varias horas acunándolo como si fuera un niño. ¡Dios, a mí que no me hablen del reporterismo de guerra! Hasta Xavier Vinader, el mejor de todos, me lo reconocía, “ni el Gal ni hostias, lo vuestro sí que es difícil”.