Pilar Eyre

Pilar Eyre

Marta Gayá

La tormentosa historia de amor del rey Juan Carlos y Marta Gayá

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Pilar Eyre

Periodista y escritora

En 1992 España era una fiesta. Se inauguraba la Exposición de Sevilla, se preparaban unos Juegos Olímpicos en Barcelona que iban a asombrar al mundo y teníamos los mejores embajadores, una Familia Real de la que decía el New York Times: “Gracias a Juan Carlos el país se ha librado del sopor del franquismo y enseña sus bíceps”. Y el Rey era dichoso, no solo por todo lo anterior, sino porque su vida íntima iba viento en popa. ¿Con Sofía? No, claro que no, en esa época ya no se dirigían la palabra. Quien ocupaba su corazón era Marta Gayá, su Martita. Llevaba años con ella, cada vez la quería más y estaba tan exultante que les confesaba a sus amigos: “¡Nunca he sido tan feliz!”.

Marta, destrozada

Por eso la llamada telefónica que el Rey recibió el día 4 de mayo fue un mazazo. Una irreconocible Marta gemía entre sollozos: “¡Muertos, están muertos!”. Alarmado, Juan Carlos le gritó al auricular sin que nadie le contestase, hasta que una voz serena tomó el control y se identificó: “Juanito, soy Zu”. Era el príncipe georgiano Zourab Tchokotoua, íntimo del Rey desde niños. Le contó que sus amigos Rudy Bay y su mujer habían muerto esa madrugada en un accidente automovilístico: “Marta tenía que ir con ellos, pero canceló la salida a última hora”. Juan Carlos se dejó caer en su asiento, anonadado. “Marta está muy mal, le acabo de dar un sedante, pero aun así está destrozada”. “Voy”, gritó el Rey, no lo dudó ni un minuto. Llamó a Sabino y canceló las cinco audiencias de ese día, lunes, con Mario Conde, con Javier de la Rosa, con la Cámara de Comercio Americana, con Pasqual Maragall y con directivos de la Expo, para acudir al lado de su amada. Y viajó cuatro veces más en un mes sin importarle dejar de lado las tareas a las que debía enfrentarse en ese año vertiginoso. Juan Carlos, de depresiones, por desgracia, sabía mucho, lo había visto en su propia madre y él mismo atravesaba episodios de melancolía en los que se encerraba en su despacho sin querer ver a nadie.

Ingresada en suiza

Pero la tristeza de Marta cada vez es más avasalladora. Se siente muy sola porque se han muerto sus mejores amigos, pero también porque su familia no le habla y la sociedad balear le da de lado. Y sabe que el Rey nunca le va a pertenecer completamente. Tenía solo 34 años cuando lo conoció y cuando él le dijo: “Júrame que no vas a quedarte embarazada”, ella asintió porque lo quería tanto que estaba dispuesta a todos los sacrificios. Pero ahora no puede más y los psiquiatras determinan que debe ingresar en una clínica para someterse a una cura de sueño. En España es impensable porque la prensa está cada vez más descontrolada, y al final es Zu el que propone ir a Suiza. Él tiene casa allí y buscará una clínica adecuada cerca de Saint Moritz. El matrimonio Vilallonga, José Luis y Sylianne, se desplazarán con ella.

Los reyes Juan Carlos y Sofía
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La súplica de sabino

¡Y no solo ellos! El rey está al lado de Marta, en Suiza, desde el día 15 hasta 23 de junio. Simplemente sentado al lado de su cama cogiéndole la mano y susurrándole: “Te quiero, siempre voy a cuidar de ti, siempre vamos a estar juntos”. Sabino le suplica que regrese y Juan Carlos vuelve a regañadientes a Madrid el 23, despacha con Felipe González, se hace una foto con él y regresa al lado de Marta, pese a que esa noche su hermana Pilar da una gran fiesta para celebrar el santo de su padre, ya gravemente enfermo. Sabino debe consolar a una Sofía deshecha en lágrimas asegurándole que Marta es solo un capricho. “Uno más, su majestad es inconstante como un niño”. Pero Sabino está muy equivocado, esas noches en la clínica suiza, con una lamparita iluminando a esos dos adultos cogidos de la mano, los unirán para siempre, y la certidumbre de su futuro hace que Marta vaya recuperando fuerzas porque sabe que nada ni nadie conseguirá apartar a Juancho de su lado. ¡La ama y eso nadie podrá destruirlo!

El rey Juan Carlos
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Juan Carlos regresa a Madrid y lo primero que hace es preguntarle a Sabino si sería posible divorciarse de su mujer y casarse con Marta. “Claro que no, señor” contesta el fiel servidor, que, con esa frase, acaba de firmar su sentencia de muerte. 
Cuando Marta se cura y regresa a Baleares, está contenta porque sabe que su futuro va a cambiar. No se casará con Juancho, pero será su mujer ‘in pectore’ y él atenderá a sus necesidades afectivas y económicas, algo que a ella no le preocupa porque el dinero no le importa. En una fiesta que convoca a toda la sociedad balear acude muy guapa y con un brillo nuevo en los ojos.

Deliberadamente, con mucha lentitud, Juan Carlos se levanta de la cabecera de la mesa, que ocupa con la Reina, y se sienta a su lado. Al cabo de pocos días aparece una foto de Marta cenando con don Juan de Borbón, el padre del Rey, con sus íntimos amigos, con sus primos y con su sobrina Simoneta. Todos cumplimentan a Marta con gran deferencia. Y todavía hay más. En la entrega de unos premios de vela, Juan Carlos se encuentra con los padres de Marta. Cuando ven al Rey están a punto de darse la vuelta, pero Juan Carlos le dice a su grupo en voz alta, para que lo oigan ellos, pero también la Reina: “Voy a saludar a mis suegros”. A partir de aquí, todos acogen a Marta como si fuera la mujer del Rey, ¡es la otra reina de Mallorca! Nadie conseguirá apartarla de su lado, ningún amor contingente, ni siquiera Corinna.

Sofía la detesta

A pesar de lo que dicen, la Reina la detesta por encima de todas porque ve a Marta como una usurpadora. No solo le ha hurtado a su marido en el pasado, sino en el presente, porque ella se veía envejeciendo a su lado, pese a sus calaveradas, rodeados de sus hijos y nietos, reina hasta el fin. Pero desde hace cuarenta años Marta es su fiel compañera, la que ha sido al fin aceptada por todos, incluso por sus propias hijas, con las que ha compartido reuniones íntimas, como el último cumpleaños del Rey sin ir más lejos. Las visitas de Marta a Abu Dabi son frecuentes y la pareja se habla varias veces al día por teléfono. ¿Qué pasará en el futuro? La mujer de quien fue considerado “rey” de Francia durante muchos años, François Miterrand, permitió que la amante de su marido estuviera al lado del féretro en el funeral, en el mismo plano que ella, y ambas recibieron el pésame de los ciudadanos franceses. Sería bonito.