Una semana antes de Navidad, 1971
Gracias a la prueba de la rana, Isabel Preysler había comprobado que sus fugaces encuentros íntimos con Julio Iglesias la habían dejado embarazada. Primero llamó a Manila y su padre cogió tal cabreo que le colgó el teléfono. Pero aún faltaba lo más duro: decírselo a los padres de su novio, a los que ni siquiera conocía. Julio utilizó la fórmula habitual para comunicar a la familia que esperaban descendencia: “Tenemos que casarnos”. Chelo, madre de Julio, miró a Isabel con hostilidad y le espetó: “Veo que las orientales estáis más espabiladas que las españolas”. Y sin transición, le soltó: “Nosotros vamos por Nochebuena a la misa del Gallo, supongo que vendrás”. Isabelita se atragantó con el chocolate caliente que estaba tomando y balbuceó: “Sí, claro”. Chelo llamó a la criada y le ordenó: “Para Nochebuena pon un cubierto más. ¿Las filipinas coméis de todo?”. Isabel se aguantó las lágrimas y le dio un beso a su suegra con los labios helados, mientras el doctor le susurraba a su hijo: “Te irá muy bien casarte con Isabelita, es encantadora, parece dócil y tiene mucha clase”. Pero en una de estas tres cosas, ay, el buen médico no acertó.