Pilar Eyre

Pilar Eyre

Princesa Ana
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La royal más trabajadora que sobrevivió aun escándalo mayúsculo

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Pilar Eyre

Periodista y escritora

La mala suerte de la familia real inglesa! ¡La maldición de los Windsor! ¡Nueva baja! Esta vez ha sido la princesa Ana, la hermana menor del rey Carlos, la que deberá estar alejada un mes de sus tareas oficiales ya que ha sufrido una conmoción cerebral al ser pateada por un caballo, su gran pasión. “Si es algo que no se tira pedos o come heno, a Ana no le interesa”, decía su padre, el duque de Edimburgo, con su franqueza habitual. Desde los dos años y medio, en que se subió por primera vez a un pony, lo tuvo claro: “Los caballos van a ser mi vida”.

Y así ha sido, los caballos... y los hombres, siempre relacionados con la hípica, eso sí. “No podría conversar ni dos palabras con un hombre que no perteneciera al mundo hípico”, manifestó una vez. Muy mala estudiante, era el ojito derecho de su padre, quien despreciaba a Carlos por ser demasiado blando y apreciaba las cualidades de Ana, fuerte, rebelde, un chicazo que fumaba y bebía como un carretero y malhablada hasta hacer enrojecer a sus propios escoltas. Odiaba ponerse faldas y cuando debía ir a una ceremonia oficial, en el mismo coche que la llevaba de vuelta a su casa se despojaba de maquillaje, tacones, joyas, porque no las soportaba. Solo se sentía a gusto en la cuadra con sus caballos. Ahí encontró todos sus amores, desde los primeros –jinetes con los que retozaba amparada en la oscuridad de las caballerizas– hasta el último.

Su primer matrimonio

Fue un ambicioso y guapo Mark Phillips el que dio un paso al frente y le propuso matrimonio. De familia adinerada, con una distinguida carrera militar, aunque plebeyo de la cabeza a los pies. Pero la Reina accedió a esta boda para evitar el efecto “princesa Margarita”, que al no haber podido casarse con su amor de juventud fue desgraciada toda su vida. Isabel les regaló la extensa propiedad de Gatcombe Park. Mark Phillips abandonó su carrera militar para dedicarse a administrar la finca, montar a caballo y acompañar a su mujer en las tareas representativas de la corona, algo que Ana hace por obligación, pero sin gusto, hasta el punto de que la prensa la apodaba,“la princesa gruñona” o “su altiva real”. La pareja parecía llevar una vida idílica, pero se empezaron a filtrar rumores sobre relaciones adúlteras de Ana con uno de sus guardaespaldas, Peter Cross. Más tarde también se sabrá que Mark tenía numerosas amantes y una relación estable con una neozelandesa, con la que incluso tuvo una hija, a la que dio sus apellidos.

Un divorcio escandaloso

La pareja concita las críticas más feroces. Mark, que ve que su matrimonio se tambalea, empieza a emprender negocios particulares, algo prohibido a la familia real: una línea de ropa con su nombre y una escuela hípica. A los reproches contesta con una frase que despierta mofa y críticas, “somos una pareja con dos hijos a los que les cuesta llegar a fin de mes”. Pero lo peor estaba por llegar: The Sun revela pérfidamente que posee cuatro cartas muy íntimas dirigidas a Ana por el escudero de la reina Timothy Laurence. No las reproduce “porque su contenido es demasiado fuerte”, lo que dispara la imaginación de los lectores. Mark, de todas formas, se resistía a perder las prebendas que le concedía su condición de yerno de la Reina, pero al final fue persuadido a aceptar el divorcio por la cantidad de 1.3 millones de euros, con una cláusula en la que se comprometía a no publicar nada sobre su vida conyugal o la familia real.

El divorcio se pronunció el 23 de abril de 1992. Ese ve-rano la princesa Ana vino a Barcelona, a los Juegos Olímpicos, como presidenta de la Federación Ecuestre Internacional y coincidí a su lado en una comida. No pronunció palabra en la hora larga que estuvimos juntas. Pero en el momento de irnos, ¡tragedia! Empezó a hacer extrañas contorsiones y es que se había quitado los zapatos debajo de la mesa y no los encontraba. Yo me agaché, los busqué y se los puse en los pies como si fuera la Cenicienta, aunque en vez de ser de cristal eran un modelo muy usado. Desde entonces, cada vez que nos encontrábamos en algún evento relacionado con los Juegos, se señalaba los zapatos y levantaba humorísticamente el dedo pulgar como agradecimiento. Cuatro meses después se casó con Timothy Laurence (no me invitó). Entonces se reveló que había sido la propia pareja la que había filtrado las cartas a The Sun para forzar el divorcio. Como el primer marido, Timothy abandonó su carrera militar y se convirtió en “gentleman-farmer” y acompañante de su mujer.

Segundona pero popular

En estos últimos años la popularidad de Ana ha subido como la espuma. Al lado de la frivolidad de los otros miembros de la familia, se alaba su carácter firme, su coherencia, su dedicación a la corona y su austeridad. Nunca ha incurrido en sospechas de corrupción, ni se ha victimizado frente a la opinión pública, que en realidad le importa un bledo, “no intento parecer lo que no soy”, suele decir. Aunque lo cierto es que su vida no ha sido fácil, y es que los hermanos segundones tienen un difícil papel, tanto aquí como en Inglaterra. 


 

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