Tienes mi edad (bueno, un poco menos), pero tu mundo no era el mío. Te observaba como una rareza, “qué antigua, qué rancia, qué aburrimiento de vida…”. En efecto, Rosa, yo era una imbécil. Sí, pero…
Ahora me he dado cuenta de que reflejas como nadie nuestras contradicciones, nuestros sueños, debilidades, y el choque de tradición y modernidad.
Esta Rosa, de vuelta de casi todo, pero algo ingenua en el fondo, que hace malabares con el dinero, exmarido, hijos, nietos, yernos y un optimismo a prueba de bomba, pide a gritos un Paquita Salas en el que pasear su Thermomix, sus peinados tirantes, su raya negra en los ojos, su gazpacho, su nostalgia de las comidas de la mama, el contraste entre sus chillidos de gozo y la voz honda que se le pone cuando habla de Rocío… Tal cual. ¡No la toquen más, que así es la Rosa!