En este largo confinamiento, el rey Juan Carlos vive con el temor de que le arrebaten lo último que le queda: el tratamiento de rey y los privilegios que conlleva, desde el uso del avión hasta vivir en Zarzuela y las casas de Patrimonio. Dándose la paradoja de que él, que ha sido rey durante 40 años y uno de los motores de la transición, pueda ser enterrado como un ciudadano cualquiera, mientras que su padre, que no reinó ni un solo día, reposa bajo una losa en la que pone Juan III. ¡No sabe qué va a pasar, y la incertidumbre es lo peor de todo! Se mueve por Zarzuela como alma en pena en silla de ruedas, aunque estos días está más acompañado, ya que se va reincorporando poco a poco todo el personal de la casa. No habla con su hijo, pero tampoco con esa mujer con la que se casó sin amor y a la que ha llegado a detestar profundamente.
Hay una frase recurrente que te dicen los amigos de Juan Carlos: “La reina no ha sabido crear ni familia, ni hogar...”. Irene, que acompaña a Sofía y que estuvo algo enamorada de Juanito hasta el punto de que los amigos de Estoril dudaban de si se iba a casar con una hermana o con la otra, tampoco le dirige la palabra. Por su cabeza, nunca ha pasado irse a vivir a ningún país caribeño. Su sueño en estos momentos es volver al mar. Como decía su padre cuando estaba ya ingresado en la clínica de Navarra, a punto de morir: “El mar... añoro el mar”. Está siendo un final de tragedia griega para una vida extraordinaria.