El rey don Juan Carlos quiere visitar a Iñaki Urdangarin en prisión. Se lo ha pedido su hija Cristina como gesto de buena voluntad hacia su marido que, a lo largo de su proceso, ha actuado con gran discreción, procurando alejar a la Corona de sus avatares judiciales. Y, aunque quizás no vayamos a enterarnos nunca, don Juan Carlos está dispuesto a visitar a quien fue su yerno favorito. Al principio, le decía en broma a la infanta: “¡Al menos te podrías haber buscado un jugador de fútbol, que gana más dinero!”, pero, luego, Iñaki supo ganarse su cariño porque “hace muy feliz a mi hija y esto es lo que queremos todos los padres”, según confesó a su gran amigo el doctor Planas. Al pobre Marichalar, sin embargo, le profesaba un odio africano.
Yo recuerdo haber visto a don Juan Carlos, las dos hijas, yernos y nietos en el Club de Polo de Barcelona, donde Elena participaba en un concurso hípico. Eran las nueve de la mañana y no había nadie, excepto una señora con chándal haciendo footing –yo–. Ni el rey ni el resto de la familia dirigieron una mirada a Marichalar, hasta el punto de que todos terminaron sentándose alrededor de una mesa, desayunando, mientras el duque permanecía alejado, sin hablar con nadie, envuelto en una extravagante bufanda que impedía ver su rostro.
Con Iñaki, sin embargo, el rey mantenía largas conversaciones, puro en ristre, cuando la casa de Elisenda de Pinós estaba en obras. Obras que don Juan Carlos ayudó a pagar de su propio bolsillo. Hoy, el rey emérito, sin responsabilidades institucionales, podrá visitar a su yerno encarcelado tranquilamente, aunque con la máxima reserva, como suelen hacer su hija y su mujer. Y que nadie se horrorice por ver a todo un rey pisando la cárcel. Como suele decir el propio don Juan Carlos a propósito de otros asuntos más mundanos, “en peores garitas hemos hecho guardia”. Pues eso.