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Por estas fechas, hace 15 años, Juan Carlos estaba en el pequeño quirófano de la clínica de estética de la parte alta de Barcelona donde se hacía tratamientos para rejuvenecer: infiltraciones con bótox y ácido hialurónico, régimen especial para adelgazar e inyecciones de vitaminas y hormonas, muy necesarias para mantener el ardor en su relación con Corinna, casi 30 años más joven. Mientras el buen doctor le pinchaba las arrugas del entrecejo, el rey iba contándole a quien ya se había convertido en amigo: “¿Sabes que mi hija, la infanta Elena, se va a separar oficialmente de Marichalar?” El médico, que había vivido en Estados Unidos y tenía una visión moderna del asunto, dijo que si no se llevaban bien era lo mejor que podían hacer y el rey le respondió, indignado: “¡Pues no, que se aguante y se joda, como hemos hecho todos!”; aunque luego añadió:, “¡Claro que no se llevan bien! Pero cuando le dio el ictus a Jaime le dije que resistiera, que daría una imagen tremenda de la familia si lo abandonaba en esos momentos”.