Cuando enviudó usted de Cayetana Alba, los periodistas nos frotamos las manos. Solo, apuesto, joven aun, ¡cuántas tardes de gloria le augurábamos! “Su nuevo amor”, “Alfonso rehace su vida”, “Qué dirán en Liria”…, componíamos ya en nuestra cabeza jugosos titulares que enriquecerían nuestras columnas con un toque distinguido para no estar todo el día hablando de Ylenia y de Chayo. Salivábamos.
Sí, pero…
Es usted de un formal que da asco, señor duque viudo, permítame la confianza. No va a saraos, no da declaraciones, todo lo que hace es tan aburrido que los paparazis han dejado de perseguirle. Yo estoy segura de que hasta mi jefe, al ver su nombre en mi sección, ha pensado ¿y este quién es? Alfonso, por Dios, haga usted un esfuerzo, cometa alguna pequeña locura en memoria de su mujer, que tanto juego nos dio, que nos estamos quedando sin negritas que llevarnos a la boca, caiga esto sobre su conciencia.