Cuando hace unos mil años fui a Sevilla para entrevistar a Isabel Pantoja y a Paquirri, el torero le acababa de regalar a su novia un yorkshire llamado Señorito. “Para que le haga compañía a Triana, que se encuentra muy solita”, me aclaró Isabel.
Tomamos café con unas pastas duras como piedras y los fotografiamos en un sofá de piel blanca. Pero si Paco se arrimaba demasiado, salía de entre las sombras doña Ana y le daba un golpe en el brazo, lo que hacía suspirar resignadamente a Isabel: “Gordo… ¡qué largo se me está haciendo este noviazgo!”. Y Paco le susurraba: “Prince, ya sabes que te respetaré hasta la noche de bodas”. Les pregunté si al no tener relaciones sexuales no temían que después el asunto no funcionara, y ambos me contestaron al unísono: “¡Pero si eso es solo un diez por ciento del matrimonio! Si no funciona, hay un noventa por ciento para seguir tirando del carro”. Yo le iba dando disimuladamente las galletas duras como piedas a los perrillos mientras movía la quijada fingiendo masticar. Creo que los engañé, pero qué sé yo…