¡El horror! Cuarenta grados que derriten el asfalto y hacen que los que esperan en el Appelstore de la madrileña Puerta del Sol luzcan semicírculos de sudor bajo los brazos. Aunque todos no. Un hombre alto, algo escorado, con gruesa chaqueta de terciopelo verde billar, foulard, ¡un dandy del siglo pasado! hace cola estoicamente, como uno más. Se le acerca un jovencísimo empleado con pinganillo y le pregunta el nombre, él, mirando a un lado y a otro, musita, “Jaime de Marichalar”. El chico, impertérrito, exige “repita más alto, por favor” y el exduque de Lugo grita tanto que su voz se quiebra con un gallo “¡Jaime de Marichalar!” El otro apunta en su tablet algo así como Pontifalar y al rato pasa llamando, “Jaime, Jaime…” El ex de la infanta levanta el dedo, dice “yo” y lo sigue para arreglar un problema de su iPhone abrumado por la tristeza de que nadie lo reconozca. Cotilleo con quien me lo cuenta, “¿y de dónde sacará el dinero para vestirse tan bien?” y mi amiga me aclara rauda y veloz, “tiene una tarjeta sin límite en una firma low cost que le permite comprar gratis a él y a sus hijos”. Hombre, así cualquiera.