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Año 1981. Viernes tarde. La secretaria de Interviú sacó la cabeza por la puerta de la redacción y preguntó: “¿Hay alguien?”. “Sí, yo, ¿qué pasa?”. Unos pies sobre la mesa, calzados con unas botas tejanas, identificaron al único periodista que quedaba en todo el edificio de la calle Rocafort: el más brillante de todos nosotros, el mítico y gamberro Luis Cantero.
“Te paso una llamada”. Una voz de tono pijo, ansiosa, apresurada. “Luis, tú no me conoces, soy Tita Cervera, mira, te voy a pedir un favor muy gordo. Tenéis unas fotos ahí en las que salgo desnuda…”. “¿En toples?”, se hizo el despistado Cantero.