Fascinación. Es el efecto que ha producido Letizia en Cuba. “Porque a los cubanos nos gusta chismear y nos patina el coco con la gente famosa, el glamour, la realeza…”, me indica una periodista habanera.
Y no es de ahora, recordemos la avidez del personal de los hoteles lanzándose sobre las revistas que llevábamos en tiempos no tan remotos. ¡Y no es solo cosa del pueblo llano! Un reputado relaciones públicas me contó que el día en que conoció a Fidel Castro “me invitó a las ocho de la tarde, y cuando supo que dominaba el tema frívolo, estuvimos hasta la madrugada bebiendo ron y fumando puros… Me preguntaba por Lolita, la hija de Lola Flores, lo tenía subyugado, escuchaba una y otra vez la canción ‘Amor, amooor’ y la tarareaba...
Era muy cotilla y quería saberlo todo sobre los romances de la duquesa de Alba… Pero había una mujer que lo volvía loco, ¡andaba enamoriscado de ella!”. ¿Quién?, le pregunté muerta de curiosidad. “¡Naty Abascal! La había descubierto en una película de Woody Allen haciendo el papel de guerrillera, con pistola al cinto y camisa abierta, y decía que era lo más erótico que había visto en su vida, ¡no podía olvidarla! ¡Le tenía robado el corazón!”.
Cuando se lo comenté a Naty, se echó a reír: “¡Qué exagerada! Pero es verdad que le gustaba… Se lo dijo a Rafael (su marido), que exportó su negocio de cuero artificial a la isla y, cuando Fidel lo vio en una reunión de empresarios, se lo llevó aparte y le susurró: ‘Qué hace Naty, cómo está… Ya sigo sus andanzas por las revistas… Compañero duque, dale recuerdos de mi parte y dile que aquí tiene un rendido admirador”.