En el colorido restaurante colombiano de Chamberí algún comensal vuelve discretamente la cabeza para mirar a la mujer de melena canosa y despeinada, cara lavada y aspecto cansado que come completamente sola en una mesa en un rincón. Podría ser la actriz Ángela Molina, aunque los seis escoltas que permanecen en el exterior de La Rochela delatan que se trata de la reina de España. Pero el resto de las personas, clientela habitual, no se sorprenden ya que están acostumbrados a que Letizia entre con tranquilidad en el local y tome asiento siempre al fondo, en la misma mesa. Es de cuatro cubiertos, pero la simpática camarera se apresura a retirar los otros tres servicios pues sabe que la reina no espera a nadie.
Letizia va vestida de manera informal, muy lejos de los trajes cuidadosamente medidos que suele llevar en las fotos, se nota que ha echado mano de la ropa que tiene en su armario particular: pantalón vaquero grandote, gabardina, jersey de cuello alto, botines muy usados. Un gran bolso que deja en el respaldo de la silla. Apenas mira la carta y pide el menú: tamales, cazuela de frijoles con varios tipos de carne y para beber, tachán ¡una cerveza! Mahou, por más señas. Acaba con un café fuerte. De esta manera se desmontan de un plumazo varios mitos que corren sobre la reina que nadie sabe muy bien de dónde han salido: que come muy ligero, cuando los platos del restaurante son contundentes y abundantes, y que no bebe alcohol.
La comida transcurre en silencio, sin prisas. Letizia saca el móvil del bolso y lo deja sobre la mesa. Lo observa todo el rato de reojo. La persona que nos cuenta estos detalles, un parroquiano frecuente, nos comenta que envía watssaps, muy concentrada, escribiendo muy rápido. Cuando acaba pide la nota, la lee y pone un billete de veinte euros encima de la mesa con un gesto que quiere decir quédese con la vuelta. Se levanta, se coloca unas gafas oscuras y sale.
Una clienta habitual
Preguntamos cada cuánto va, nos hacen un gesto vago, cada quince días, cada tres semanas... ¡desde hace tiempo! ¡Meses! Hasta que alguien dio el soplo y se le hicieron unas fotos a la salida en las que aparecía avejentada y desfavorecida y desde entonces no ha vuelto más. Ese es el precio que tiene que pagar Letizia, que su privacidad dure menos que la vida de una flor. Pero la gran pregunta es ¿qué hacía la reina sola en ese restaurante? El sitio es sencillo, familiar y de precios módicos, el barrio es elegante. Quizás estaba haciendo tiempo para una cita o quizás quería sentirse por unos momentos como una persona normal. Anónima, como cuando era periodista y si la reconocían era porque salía en la tele y lo máximo que le pedían era un autógrafo.
O quizás lo que pretende la reina es simplemente huir de Palacio para aliviar por un instante el peso desmesurado de la corona. Ella, que era una chica sociable y divertida con colegas, pandilla y primos, ahora no tiene con quién comer. Ni familia, ni amigos. Una soledad inconmensurable y aplastante que su suegra conoce muy bien.
Sofía, sola en Barcelona
Sofía, que el pasado jueves estuvo en Barcelona con la fundación contra el Alzheimer Pasqual Maragall. A pesar de tener nietos, y quizás su hija Cristina, en Barcelona, ninguno de ellos acudió al acto y tampoco la acompañaron a comer. Al final fue con miembros de su equipo a un restaurante del Paseo de Gracia. Según El Nacional pidió una ensalada acompañada de vino blanco, coulant de chocolate y fresas y un café. Pagó uno de sus escoltas con tarjeta de crédito. Pero lo peor había ocurrido el martes anterior, cuando la nombraron doctora honoris causa por la Universidad CEU San Pablo de Madrid.
Se le pidió que, como suelen hacer los investidos, fuera con su familia, ya que es un acto de gran relevancia. Pero la reina emérita no consiguió que la acompañara nadie y fue totalmente sola, ante el asombro de los asistentes. Sofía dio las gracias con una frase, que tuvo que leer, “muy honrada por la distinción que me acaban de acordar... otorgar”, y el acto pasó, como todos en los que interviene la reina emérita, sin pena ni gloria. Lo mismo ocurrió hace un mes en la gala del Queen Sofía Spanish Institute. Es cierto que nadie sabe muy bien a qué se dedica el citado instituto, cómo se financia y para qué sirve, aunque antes concitaba gran atención.
Pero este año, que se premiaba al director de orquesta Dudamel, el acto estuvo rodeado de un silencio casi absoluto, ya que coincidió con la tragedia de Valencia y todos los ojos estaban puestos en las víctimas. Los reyes visitaron Paiporta a la vez que Sofía cogía el vuelo a Nueva York. ¿Por qué a nadie se le ocurrió cancelar un evento festivo cuando la tragedia más horrorosa sacudía nuestro país? Sofía, una persona sensible, se debió sentir muy incómoda al tener que ponerse de gran gala y sonreír para los fotógrafos mientras el pueblo del que es reina todavía lloraba a 221 muertos. Nadie la aconseja, nadie cuida su imagen, está tan sola como Letizia. Al final cuando alguien nos diga queriendo conquistarnos “te trataré como una reina” contestaremos “no, por favor, todo menos eso”.