Letizia levanta a Amaia, una adorable bebé de seis meses, y le dice al padre, sentado en una silla de ruedas, “¡me la llevo!” Estamos en el Hospital Nacional de Tetrapléjicos de Toledo y momentos antes la reina ha estrechado en la puerta, con rapidez profesional, las manos de las autoridades que los reciben a ella y al rey. Lleva un pequeño bolso, pero misteriosamente desaparece a los pocos segundos y así tiene libertad para tocar, acariciar, saludar, abrazar.
Para hablar con un joven tetrapléjico se agacha hasta su nivel, él primero se queda boquiabierto, pero luego su rostro se ilumina ante alguna broma de la reina, a una joven madre con un niño, ambos con mascarilla, le aprieta el hombro dándole ánimos, después departe con un adolescente tendido en una camilla... La reina consigue que una niña muy tímida que hace ejercicio sobre una cinta de caminar le diga su nombre en voz baja, y se ríe con un chico que lleva una camiseta de fútbol, del Depor por más señas.
Hay 233 pacientes en el hospital en estos momentos, la mayoría con lesiones medulares, y la reina habla con todos, pero es con los niños con los que sale la mejor Letizia. Incluso a unos padres con rostro ceniciento y cansado, que sostienen a un bebé muy enfermo, consigue arrancarles una leve sonrisa, y después alienta cerrando los puños a un niño con una lesión medular que intenta caminar con un robot llamado Lokomat. A continuación, les toca el turno a los mayores y Letizia les habla sin condescendencia y con cariño, con una señora de pelo blanco que hace un puzle intercambia confidencias al oído, un hombre le muestra los ejercicios que realiza con las manos para recuperar fuerza.
Es un recorrido largo e intenso que dura más de dos horas, con momentos muy emotivos, pero también con explicaciones técnicas difíciles de entender, pero la reina no baja ni por un momento su nivel de atención y hace preguntas pertinentes al excepcional personal sanitario. En un momento dado una casi imperceptible mueca de dolor le atraviesa el rostro y levanta instintivamente el pie izquierdo, nadie se da cuenta y ella se rehace enseguida. Después, recorriendo una exposición de fotografías sobre los logros de este centro modélico, la reina cojea levemente, pero sigue deteniéndose con los enfermos, haciéndose selfis con ellos, posando con personal y pacientes sin mostrar ni molestia ni prisa.
Una reina de verdad
Con sus zapatos planos y sus sobrios trajes de funcionaria, repitiendo modelo, ha conseguido al fin que se hable de lo que hacen y no de lo que lleva puesto. Después de diez años ha conseguido amoldarse a su cargo, sin renunciar a su forma de ser o sus convicciones. La frase “vamos a darnos la mano como los hombres” cerró el capítulo de las ridículas reverencias, la defensa de causas “difíciles”, como el apoyo a las supervivientes de la trata, las enfermedades raras o los colectivos LGTB, ha puesto al día la institución, y el negarse a fingir unos sentimientos religiosos que respeta, pero no profesa, nos ha mostrado que es no solamente valiente, sino auténtica.
“La reina es de verdad” me dijo un día alguien que la conoce, “te podrá caer bien o mal, pero es incapaz de fingir”. “Servicio, compromiso y deber”. Este es el lema de la Casa Real, elegido personalmente por Felipe y Letizia para conmemorar su décimo aniversario. Y ahora no hay otra reina en Europa que cumpla de una forma tan eficiente estos tres propósitos. Camila de Inglaterra nos puede caer bien, pero es evidente que es una reina a la fuerza a la que no le gusta su cometido y no emociona ni siquiera a sus súbditos, que no han olvidado ni a Isabel ni a Lady Di. Mary de Dinamarca, después del episodio de Madrid, nos parece ambiciosa y frívola, porque sabemos que consintió en olvidarlo todo a cambio de ser reina y esto la mancha para siempre.
Ninguna como ella
Máxima de Holanda es muy simpática y alegre, tiene carisma y llena las fotos como nadie, pero sospechamos que le falta profundidad y no sabemos muy bien qué causas defiende. Sonia de Noruega siempre ha querido pasar desapercibida, como haciéndose perdonar su origen plebeyo, y no tiene fuerza ni atractivo, además de que se le reprocha que no ha sabido educar al heredero.
Silvia de Suecia parece un cansado florero de cristal muy frágil, las infidelidades constantes de su marido la han convertido en un ser borroso, casi invisible. Matilde de Bélgica es correcta pero aburrida, las de Liechtenstein y Luxemburgo no nos importan. ¿Charlene de Mónaco? ¡Sin comentarios!
Letizia es otro concepto, es “la reina útil”. La prensa extranjera está embelesada con ella, tienen “letizistas”, cronistas especializados, y le dedican portadas sin fin. Una periodista alemana me comenta con cierta desesperación “son bulímicos de Letizia, con cualquier información, por pequeña que sea, nos obligan a rellenar páginas. ¡Yo un día hasta hice un reportaje analizando porque no le gustaba llevar guantes!”. En fin, lo que aquí llamamos “con un retal hacerse un traje de novia”.
La reina se ha enfrentado a dos enemigos poderosos, el rumor y la maledicencia, pero al final los ha vencido. Y ha conseguido lo que parecía imposible: que los no monárquicos hablen bien de ella. Un niño comentaba el otro día delante de las cámaras, “es normal, no parece una reina”. Qué gran piropo, Letizia.