La reina ha cumplido 52 años en un momento crucial de su vida. Porque la sorprendente y apabullante presencia de la Familia Real unida en amor y compañía estas últimas semanas tiene una clara damnificada: Letizia. No estuvo en la boda de Victoria López Quesada, la ahijada de su marido, dejando su sitio y todo el protagonismo a la infanta Cristina quien, por primera vez desde que fue despojada de su título de duquesa, apareció al lado de su hermano con todos los honores. Esta rehabilitación es evidente que se ha hecho al margen de los deseos de la reina. Tampoco estuvo Letizia en el entierro privado y familiar del primo hermano de su marido, Juan Gómez Acebo y Borbón, al que sí fue Felipe. Y tampoco acudió al cumpleaños de su sobrina Victoria Federica en Zarzuela. Un sencillo almuerzo con la reina Sofía, las dos infantas y algunos primos, así como Juan Carlos, que llegó emocionado al que fue su hogar, del que está ausente desde hace cuatro años, mostrando así que poco a poco va recuperando su lugar en la familia y en la sociedad. Felipe recorrió los trescientos metros que separan su casa de la de su madre con un obsequio en las manos para su sobrina. Letizia se negó a ir.
Escenas de incomodidad
En las dos ocasiones en las que su presencia era inevitable, el funeral oficial de Juan Gómez-Acebo y el del empresario Alejandro Fernández de Araoz, Letizia tuvo que ver como su papel, y el de su marido, era opacado por su suegro, el rey Juan Carlos, recibido en ambas ocasiones con gritos de viva el Rey y aplausos. Felipe y Letizia llegaron a la catedral castrense donde se celebró el funeral del primo a pie, evitando coincidir en la entrada con el emérito o con la infanta Cristina. Letizia iba, como hace siempre en las ocasiones en las que se siente desplazada, del brazo de su marido y se mostraba incómoda y nerviosa, tocándose el pelo y con expresión tensa. A la entrada saludó a los hermanos del difunto de la misma manera que se conversa con personas que apenas conoces, y después, al finalizar la misa, fueron los primeros en salir, sin que nadie los despidiera en la puerta, únicamente dos señores les tendieron una mano que Letizia y Felipe estrecharon calurosamente, aunque era evidente que ninguno de los dos sabía quiénes eran. En ese momento tuvo lugar un gesto muy significativo.
Felipe pareció sentirse molesto por tenerse que ir así, a la carrera, y se volvió para esperar a sus padres o hermanas, pero Letizia le puso la mano en la espalda y lo dirigió muy sutilmente hacia el coche. Al cabo de unos segundos salieron en tropel el resto de los invitados, con Juan Carlos a la cabeza abriéndose paso con rapidez, quizás con la esperanza de poder hacerse una foto con su hijo, que ya estaba lejos. Lo llevaban casi en volandas y todo era Majestad por aquí, Señor por allá, como si fuera el titular de la corona. Lo ayudaban con tanto celo que bloquearon sin querer la silla de ruedas de la infanta Margarita, conducida precariamente por su marido, y la pobre doña Sofía estuvo a punto de dar con sus huesos en el suelo al tropezar con un escalón tratando de seguir a su marido. A la puerta del coche tuvo lugar uno de esos momentos tipo los Ropper tan frecuentes en el matrimonio. Juan Carlos le dirigió unas palabras de forma malhumorada con gran movimiento de manos que Sofía acató con la cabeza baja. A continuación, el emérito se subió al coche sin mirar a nadie y doña Sofía se quedó tan desairada que, cuando abrieron el portamaletas por no sé cuál motivo, por un momento temí que la metieran allí dentro.
La herencia del emérito
Luego nos contaron que en el interior de la iglesia Felipe había saludado cariñosamente a su padre, pero un asistente a la misa me dijo que, si bien Juan Carlos parecía tener intención de saludar a su hijo y se había levantado para hacerlo, Felipe y Letizia pasaron frente a él como si no lo vieran para abrazar a un hermano del difunto con mucho afecto. El emérito se quedó cariacontecido y decepcionado. En medio de esta exaltación de don Juan Carlos nos enteramos por 'El Confidencial' que precisamente el mismo don Juan Carlos había creado una fundación en Abu Dabi con el fin de dejar a sus hijas una herencia libre de polvo y paja. Al estar en un país extranjero, no es necesario que sepamos ni cuánto dinero hay ni su procedencia. Aunque la revista Forbes cifró su fortuna hace años en 1.800 millones de euros, según me confiesa un experto en la materia “esa es la punta de iceberg, ni él mismo sabe cuánto dinero tiene”. Claro que luego rápidamente se nos informó de que la meticulosa investigación del periodista José María Olmo iba errada y la Fundación tenía el único objetivo de ordenar y trasmitir a la humanidad el legado histórico de Juan Carlos, pero ¿por qué será que no nos lo creemos?
La razón de la ruptura
Y aquí está el clavo del abanico, la explicación de esta ruptura total de Letizia con la familia de su marido. Recién casada con el príncipe se enteró no solo de las infidelidades conyugales de su suegro, sino de sus tropelías económica, pero tuvo que callarse y soportar que una falda corta o una operación de estética sirvieran de cortina de humo. Pues ahora la historia se repite. Ella estaba al tanto desde hace tiempo de la creación de esta Fundación y de que las beneficiarias eran sus cuñadas. Antes tuvo que callarse porque solo era princesa, pero ahora que es reina no le da la gana de avalar con su presencia unas prácticas que, aunque sean legales, a ella no le parecen de recibo. De ahí su negativa a coincidir con Juan Carlos, Elena o Cristina.
Si algo le tienen que reconocer incluso sus enemigos es que a Letizia le repugna que cualquier sombra de corrupción caiga sobre ella o sobre los suyos. La única protesta que han merecido mis artículos, muchos de ellos desfavorables a la figura de la Reina, fue cuando dije que las firmas le regalaban los trajes. “Siempre se han pagado religiosamente, en esta Casa no se acepta ningún obsequio, la Reina es muy estricta con eso”. Felipe, que antes mantenía un rígido cordón sanitario alrededor de sus hermanas y su padre, al parecer ahora ha decidido aflojarlo dejando cada vez más apartada a su mujer. La soledad de la Reina. Veremos hasta dónde llega.