Letizia ha vuelto! Más empoderada que nunca, con más papel institucional, con una mayor presencia y relevancia, ha ido escalando posiciones para convertirse, no en la mujer de antaño, sino en una reina a la que ya nadie va a desalojar del trono. Todos los análisis del reinado de Felipe de este año la alaban a ella también. En El País hablan de la regeneración de la monarquía después de los escándalos de Juan Carlos, “...hay que señalar la influencia de la reina en la corona dual, ella se ha convertido en un poder”.
En medios extranjeros como Point de Vue la definen como “una mujer de su tiempo, un apoyo indispensable para su marido el Rey”. El mismo jefe de la Casa Real habla siempre de “los reyes” cuando antes se advertía a los periodistas “ojo, no nos olvidemos de que el rey es Felipe y Letizia la reina consorte”. En todos los grandes acontecimientos a los que acude el rey se hace acompañar por ella e incluso tiene gestos insólitos, como sonreírle o cogerle por el brazo, para demostrar que los propósitos de separación o divorcio, que en algún momento estuvieron sobre la mesa, han quedado atrás y que su matrimonio, como el de Juan Carlos y Sofía, va a durar mientras el reinado dure. “Letizia se ha transformado en la soberana más fascinante del mundo”, concluye la revista alemana Bunte.
Nadie puede con ella
Y todo esto se ha conseguido en doce meses, porque recordemos a la Letizia penitente de hace un año, acosada por los rumores de infidelidad puestos en marcha por su propio cuñado, esa Letizia que tenía que ir con la cabeza gacha buscando el amparo de su detestada familia política. ¡En el sesenta cumpleaños de la infanta Elena solo le faltó cubrirse la frente de ceniza e ir de rodillas! Las miradas sumisas, su rostro resignado y sus vestidos recatados evidenciaban las tormentas que agitaban su alma. Pero ¿quién se acuerda de eso ya? Letizia ha vuelto a deslumbrar echando mano de sus propias armas, porque es inteligente, despierta, astuta, y además es la madre de la heredera y del “recambio”, como se llaman a sí mismos los hijos segundones de la realeza. ¡Nadie puede con ella!
Gana en persona
Sus discursos son impecables, modulados de voz, con mensajes enérgicos y siempre al lado de los más débiles, hasta el punto de que ha conseguido labrarse una imagen de reina moderna y compasiva, una mezcla de Lady Di y Máxima de Holanda, más unas gotas de izquierdismo que van muy bien para compensar el talante conservador que tiene su marido. Y su actuación ante la tragedia de Valencia le ha ganado los corazones de mucha gente. Esas fotos de Letizia embarrada, pálida, despeinada pero aun así tratando de escuchar a las mujeres que le relataban su desdicha y sus exigencias no se borrarán de nuestras retinas en mucho tiempo.
¿Tenía miedo? Claro que sí, pero en ese miedo también nos vimos reflejados todos y la hizo más próxima y humana. Después, cuando fue sola con el rey en una visita que no despertó entusiasmo y apenas tuvo repercusión, se debió dar cuenta rápidamente que la gente no quería protocolos ni compromisos oficiales con políticos, sino el cara a cara, el persona a persona. Y decidió acudir con su marido y sus hijas al popular mercado de Catarroja sin avisar a las autoridades pertinentes, ni siquiera a la alcaldesa de la localidad. Quiso dar todo el protagonismo a sus hijas, había ciudadanos que se preguntaban incluso, “¿pero la reina ha venido?”
Leonor y Sofía se hacían selfis, estrechaban manos, besaban niños, reían, hablaban, y su orgullosa madre se mantenía en segundo plano, y fue así como terminó de ganarse el amor de su pueblo, “yo no soy monárquica pero la reina me ha emocionado”.
Influyente en la sombra
Su puesta en escena está siento tan potente que ahora incluso se acepta y se disculpa su mala relación con la reina Sofía, porque, a ver, ¿quién no se lleva mal con la suegra? Y no digamos el cordón sanitario alrededor de Juan Carlos, que muchos, empezando por el emérito, le atribuyen a ella. Si bien ha tenido que soportar con cara de vinagre coincidir con él en algún acto, no ha dejado que sus hijas compartan plano con su abuelo. Y como cada día que pasa se descubren más trapisondas del emérito, cada día resulta más pertinente la decisión de Letizia, por mucho que esto le haya valido el odio eterno de los “juancarlistas” de toda la vida que, aunque parezca imposible, haberlos, haylos.
Hace un año parecía que la reina estaba a punto de tirar la toalla. Delgada, ojerosa, demacrada, con rumores de separación, tratada con indiferencia por su marido y con displicencia por sus cuñadas y su familia griega. Pero en la actualidad nadie osa ponerla en cuestión. Es cierto que el rey ha prescindido de la foto familiar en el mensaje de Nochebuena y también, para compensar el agnosticismo de su mujer, ha colocado un pequeño Belén al lado del inmenso árbol de Navidad. Tampoco ha hecho apenas mención de ella, pero Letizia estaba ahí, en la sombra, con los técnicos que grabaron el mensaje diez días antes de que se emitiera. Sonriendo como el gato de Cheshire, con el lema pintado en la frente de que el que resiste, gana.