¡Mamá, papá, gracias”. Tan solo tres palabras que dicen mucho. Que lo dicen todo, en realidad. Le salieron a la infanta Sofía de forma espontánea, al final de ese pequeño parlamento apuntado en el móvil que habían leído ambas hermanas, en el banquete conmemorativo de los diez años de reinado de su padre. Cada una tenía una frase, pero al final Leonor pareció coger carrerilla y leyó también las palabras que le tocaban a su hermana, así interpretamos al menos ese “qué desastre” dicho entre dientes por Sofía, que intentó arreglar de inmediato con un emocionado “mamá, papá, gracias” que Leonor corroboró con una amplia sonrisa. Por primera vez las hijas de reyes se dirigían a sus padres en público con el apelativo familiar, papá, mamá, lejos de los ampulosos “los reyes”, “majestad” por aquí, “Señor” por allá que utilizaban Felipe o sus hermanas cada vez que pronunciaban unas palabras. ¡Inimaginable que Felipe hablara de papá y
mamá en sus discursos del premio Príncipe de Asturias, donde siempre se refería a sus padres como sus majestades los reyes! Letizia, que ha luchado todos estos años a brazo partido para democratizar la institución y acercarla al pueblo, pide, como contó el otro día Belén Esteban, que la traten de tú. Y ha conseguido que sus hijas puedan al fin comportarse como lo que son: unas chicas espontáneas, listas, naturales, cariñosas y muy unidas a sus padres. Algo que jamás hubiera autorizado el antiguo equipo de Zarzuela, más conservador, y que sin embargo el actual no solo aceptó con entusiasmo, sino que ayudó de todas las formas posibles, sobre todo guardando el secreto delante del rey.
Todos estaba planeado
A pesar de su aspecto improvisado, todo fue fruto de una cuidadosa planificación. En una mesa se habían preparado dos copas para que las princesas brindaran, la de Sofía con agua y la de Leonor con champagne, y un micro para que la voz de las muchachas llegara a todos los puntos del comedor de gala del Palacio Real. Aun así, la madre tuvo que golpear un vaso con el tenedor, dos veces, en un gesto llano que hubiera hecho levantar la ceja a los grandes de España y autoridades que suelen frecuentar estos almuerzos. Pero ese día los que se sentaban con los reyes eran españoles de a pie, condecorados por haber aportado algún bien a la sociedad. Y todos rieron ante esta muestra de campechanía. Consciente o inconscientemente, al nombrar a la madre al mismo nivel que su padre, “mamá, papá”, las dos chicas reconocían el enorme papel de Letizia en su educación y en la estabilidad de su vida familiar.
Es quizás el apoyo público que Letizia necesitaba después de unos meses infernales tanto por sus dolores físicos como sus dolores del alma. En ese momento quedó claro que, independientemente de la relación conyugal que puedan tener los Reyes, los cuatro forman una familia. Y que, pase lo que pase, a Letizia nunca le va a faltar el amor de sus hijas, que se ha ganado a pulso con sus desvelos y su dedicación constante. Fue conmovedor también ver la complicidad y el cariño entre las dos hermanas, y las que tenemos una edad no podemos dejar de acordarnos de la reina Isabel de Inglaterra y de su hermana menor, Margarita. Una unión que parecía indestructible, cada una en su papel, que solo se truncó cuando Margarita se enamoró de quien no debía y fue obligada a romper esa relación, algo que nunca le perdonó a la Reina. Sobre todo, porque su vida, a partir de entonces, fue a la deriva y poco antes de morir dijo: “Nunca he amado a nadie como al capitán Townsend”.
La distancia con Cristina
Es el mismo tipo de unión que tenían también Felipe y su hermana Cristina, además de hermanos eran íntimos amigos, solo los separan tres años. Compartieron pandilla, aficiones, salidas nocturnas, secretos, la Reina los llamaba Zipi y Zape. Cuando Cristina se fue a vivir a Barcelona, Felipe la visitaba a menudo, de día practicaban vela, salían de noche y se quedaba a dormir en su casa. El primero que supo que su hermana se había enamorado de un jugador de balonmano fue Felipe. Esta unión se rompió con las sospechas de corrupción y la condena de Urdangarin. Y nunca se ha recompuesto. La
prueba la hemos tenido estos días. Mientras los Reyes celebraban su décimo aniversario con diferentes actos, Cristina estaba en Madrid. Como las otras dos infantas, su hermana Elena, y su tía Margarita. Infanta en España significa hija de reyes, pero ninguna de las tres ha sido invitada a ninguna celebración junto a la cuarta infanta, Sofía, la única que ahora tiene presencia oficial. Cristina cogió el viernes por la mañana el avión de regreso a Barcelona, donde la esperaban sus escoltas y una furgoneta con los cristales tintados. Iba vestida con un elegante traje pantalón negro, muy rubia, muy guapa, muy educada, pero triste. Quizás recordaba los viejos tiempos, cuando eran jóvenes y felices.
La fortaleza de Letizia
El lema de los tres mosqueteros, que en realidad eran cuatro, rezaba: “Todos para uno y uno para todos”. Como Felipe, Letizia, Leonor y Sofía. Cuatro, ni uno más... pero tampoco uno menos. Así lo ha entendido Letizia, un ejemplo de fortaleza y sacrificio, que ha puesto los valores de la monarquía por encima de su propia vida íntima. A esto los nobles antiguos lo llamaban “estar en reina”.