El último día de las Fuerzas Armadas, el pasado 12 de octubre, estuvimos mirando con lupa a Leonor. Desde el mismo momento en que descendió del coche en el que iba detrás del de sus padres –la heredera y el rey no pueden desplazarse en el mismo vehículo– hasta el besamanos en el Palacio Real, esas más de dos mil manos que estrechó con la misma sonrisa e idéntica sobriedad, desde la primera a la última.
Muy derecha en su uniforme, sin ninguna concesión a la coquetería aparte de un ligero maquillaje, y con una sonrisa tímida que le sentaba muy bien, Leonor nos ha gustado mucho. Tiene un gesto serio, pero no arrogante y es evidente que se esfuerza por hacerlo correctamente, pero no por eso se siente superior a los demás. Se nota que es responsable, que sabe lo que significa su estatus y que está dispuesta a someterse a su destino sin protestas y, al parecer, con agrado. No lo sabemos en realidad, pero cumple con su papel de tal forma que tenemos la impresión de que le gusta y eso es lo que vale. Y lo hace tan bien que estoy segura de que el efecto Leonor provocará una avalancha de nuevas solicitudes en las academias militares, aunque solo sea por lo estupendo que sienta el uniforme.
Nos emociona también la complicidad que desarrolla con su padre, continuamente busca con la mirada su aprobación, escucha sus consejos y obedece complacida. Cuando Felipe le indicó discretamente que debía sacarse uno de los guantes para saludar, ella se apresuró a hacerlo, y cuando le enseñaba el tipo de avión que componía la patrulla Águila, Leonor asentía con entusiasmo. Felipe estaba orgulloso de ella y lo veíamos sonreír como nunca lo ha hecho, al menos en público, yo ni siquiera sabía cómo tenía los dientes (como su madre, por cierto). Leonor saludaba a sus mandos con marcialidad, pero también con una simpática cortesía. El gesto marcial lo debe haber aprendido en la Academia, pero la cortesía y afabilidad que desprende ha sido Letizia la que las ha cultivado y eso nos complace mucho a las madres. Leonor está muy bien educada, es modesta, es discreta, ni por un segundo ha flaqueado, lo que demuestra que es diciplinada y respeta el título que lleva. Nos gusta mucho a mí y a las señoras de mi edad. Así querríamos que fueran nuestras hijas o nuestras nietas.
Claro que ella no va a ser nuestra reina. Va a ser la reina de las chicas que ahora tienen su edad, esas adolescentes de 17 años que rapean, que llevan piercing, que están enganchadas a las redes sociales, que quieren ser influencers o instagramers. O de esas estudiantes serias que cursan una carrera universitaria porque tienen vocación por la enseñanza, la química o la enfermería. Va a ser la reina de ecologistas que cuidan animales, que son antitaurinos y veganos, que son pacifistas y odian las guerras y los uniformes, y de los chicos que trabajan en ong, que quieren ser músicos, fontaneros o poetas. De los monárquicos, antimonárquicos o indiferentes. De esos chicos y chicas que tienen rasgos que denotan otros orígenes pero que son tan españoles como ella. ¡Nosotros ya no estaremos, pero ellos sí! Todos ellos, los que serán sus súbditos, ¿se sienten identificados con Leonor? ¡Es a ellos a los que tiene que gustarles, son ellos los que tienen que aprobarla, aceptarla, seguirla, defenderla, respetarla, en suma, como a su reina! ¿Lo conseguirá? ¿Cómo hacerlo para gustarles a ellos sin dejar de gustarnos a nosotros que, al fin y al cabo y aunque esté mal decirlo, somos los que tenemos la sartén por el mango en estos momentos?
Pues en el acto del jueves pasado se atisbó por un instante de qué manera se pueden unir las dos Leonor, la de ellos y la de nosotros. Fue ese momento con los compañeros de la academia, cuando unos cuantos cadetes y alguna dama se unieron al largo besamanos. Al contrario de lo que se ha comentado, ella no mostró sorpresa al verlos, dando a entender que conocía su presencia. Los saludó, tranquila y sonriente, pero cuando llegamos a los dos últimos soldados, ay, madre, ahí pasó todo. Ahí sí que el rey levantó una ceja a su hija de forma expresiva, como diciendo “este es el chico del que hablabas ¿no?”, Letizia la miró a su vez regodeándose y sonriendo ampliamente y con los ojos le dijo “te lo hemos traído, ¿qué te parece?”, y ella, como todas las adolescentes, enrojeció hasta la punta de los cabellos, miró para el otro lado apurada, torció la boca de forma encantadora, intentó disimular y pudimos ver a la niña que había debajo del uniforme.
Por unos segundos atisbamos el alma de Leonor, la candidez propia de una muchacha de 17 años, con su carga de sueños románticos y sus primeros amores personificados en ese soldado de nuca rapada y ojos pícaros, el más animado de su grupo, el más lanzado, el más desenvuelto, el más bromista. Después, ya lejos de las cámaras, los amigos le daban empujones y puñetazos, y él se encogía de hombros, reía y no decía palabra. ¿A Leonor le gusta un chico? ¡Raro sería que no fuera así! La queremos perfecta, pero también humana y es por eso por lo que nos gustó tanto.