Solo. Completamente solo asistió el rey Juan Carlos a los solemnes funerales de su íntimo amigo –él lo presentaba como “mi hermano Karim”– el Aga Khan, líder espiritual de los ismaelitas y uno de los hombres más ricos del mundo. Su hija Elena estaba recibiendo en Santander un premio taurino, su hija Cristina en el jolgorio de una boda en Atenas, sus nietos, dedicados a sus afanes, y su fiel Marta no tiene estatus para acompañarlo en actos oficiales. Y así Juan Carlos tuvo que asistir al centro islámico de Lisboa solo, apoyado en el brazo de su asistente, sin que nadie le prestara demasiada atención.
Corbata negra, semblante desencajado, dejando atrás ese aspecto desaliñado de los últimos tiempos y volviendo a ser el hombre que figuró muchos años como el más elegante de Europa, solo superado por el duque de Edimburgo. Pero sus ojos llorosos daban cuenta del inmenso dolor que le había provocado la muerte de su amigo del alma y el cansancio también por las ocho horas de vuelo, por mucho que las haya hecho en un jet privado.
Defendía a Juanito
Se conocieron en el colegio de los maristas de Friburgo, donde llevaron a Juanito para que se convirtiera en un hombre. A pesar de que todos los alumnos eran de buenas familias, en el internado, en esos años de posguerra, imperaba una gran violencia y un ambiente casi gansteril. Había alumnos mezclados de todas las edades, algunos incluso habían participado en la guerrilla e iban armados y otros eran huérfanos, estaban en posesión de inmensas fortunas y se comportaban de forma despótica con los pobres profesores y con los más débiles.
Las palizas y abusos estaban a la orden del día. Juanito, con sus rizos rubios y su aire angelical, se convirtió en objetivo de los más agresivos, un sobrino del general de Gaulle y el descendiente de la Citroën, por ejemplo. Estuvieron a punto de tirarlo por la ventana, le robaron todas sus cosas y al final lo abandonaron al aire libre bajo la nieve, con lo que contrajo una grave infección de oído que lo puso en peligro de muerte y lo dejó sordo para siempre. Cuando regresó al colegio desde el hospital, lo esperaban en la puerta dos muchachos que le dijeron: “No te preocupes, ahora somos los tres mosqueteros y te vamos a defender”. Eran el príncipe georgiano Zourab Tchkotoua y Karim, el nieto del Aga Khan, que estaba dispensado de las clases de religión porque descendía de Mahoma.
Dos matrimonios
A partir de ahí los tres fueron inseparables. A los veinte años Karim sucedió a su abuelo y
después de varias novias, alguna compartida con Juanito, se casó con la espectacular modelo londinense Sally Croker, que se convirtió al islam. Y aquella alegre divorciada que había vivido el Londres de los setenta, se trasformó en la sombra de su marido y nunca más volvimos a ver su risa ni escuchamos su voz. Tanta sumisión no le sirvió de nada porque al cabo de veinte años y tres hijos, el marido se enamoró de otra y en lugar de seguir el ejemplo de Juan Carlos, que mantuvo su ficción de matrimonio con Sofía contra viento y marea, la abandonó.
Ahí resurgió el espíritu de la antigua Sally, contrató al mejor despacho de abogados de Francia y no solo consiguió 35 millones de euros, sino la más importante colección de joyas de la historia. Sally se casó precisamente con uno de los abogados que le habían llevado el divorcio y se retiró discretamente a ese territorio llama- do vida privada, del que no ha regresado jamás.
La segunda mujer, Gabriela Thyssen, fue todo lo contrario: exuberante, lista, cosmopolita, princesa por matrimonio y millonaria, una especie de Corinna, que se casó con Karim de igual a igual. Este choque de personalidades fue fatal y se divorciaron después de tener un hijo. Esta vez Karim le tuvo que dar a Gabriela el doble que a Sally, sesenta millones de euros. Y joyas tan fabulosas como el collar de esmeraldas que se puso en la cena de la preboda de Felipe y Letizia, valorado en tres millones de euros.
La ausencia de Cristina
Por eso seguramente ya no quiso casarse con su última compañera, una señora alemana, con la que vivía en Lisboa, donde se había trasladado por cuestión de impuestos. Cuando Juan Carlos decidió irse de España, Karim le ofreció asilo en alguno de sus fabulosos palacios, pero el gobierno portugués, que no quería problemas con sus vecinos españoles, no accedió a que el rey fijara allí su residencia. Ya había corrido en auxilio de Cristina cuando su marido ingresó en prisión y a ella no le llegaba el sueldo de la Caixa para mantener su nivel de vida.
El Aga Khan le preguntó “¿con 400.000 euros anuales tienes suficiente?” y cuando la infanta contestó que sí, la contrató en su fundación por ese sueldo. Aunque Cristina tiene despacho en la sede de Ginebra, teletrabaja desde la pandemia, si bien es cierto que no sabemos si ese contrato sigue vigente. Por una parte, desconocemos los proyectos en los que está implicada y por otro resulta muy extraño que no haya acompañado a su padre al funeral de su jefe y haya preferido desplazarse a la boda de su primo en Atenas, tan irrelevante que ni siquiera asistieron algunos de los hermanos del novio. Zourab Tchkotoua, el otro mosquetero, falleció hace cinco años. Algo se muere en el alma cuando un amigo se va dice la canción, pero ¿y cuando son dos?