José María Íñigo, que acaba de morirse, fue la primera persona que me llevó a televisión, a su ‘Estudio abierto’. Acababa de salir mi primer libro, una recopilación de entrevistas, y me había puesto un vestido de seda rojo de Toni Miró que me había costado un ojo de la cara. Le confesé: “¡Estoy nerviosa!”. Y me dio un consejo que no he olvidado nunca: “Háblame como si yo fuera una amiga”. En mi libro, Lola Flores contaba que ya no tenía relaciones sexuales con su marido, crónica que mi jefe tituló, “El Pescaílla ya no mueve la cola”. Íñigo se rio mucho y, después, cada vez que nos veíamos, me lo recordaba.¡Nadie se puede figurar hoy lo famosísimo que fue!
Tenía unos seductores ojos verdes y aureola de playboy. Primero se casó con una brasileña encantadora, pero con cierta fama de gafe. Y después con Pilar Piniella, una niña bien de Barcelona que había estado casada durante diez meses con Pedro Ruiz. A pesar de que este había firmado ante notario que no creía en el matrimonio y se casaba forzado, tardaron cinco años en concederles la anulación. Poco antes de la boda de su exmujer con Íñigo, Pedro, que entonces era novio de María José Cantudo, nos contaba a los periodistas: “Los quiero mucho a los dos y les he enviado un telegrama con este texto: ‘A veces, sale bien”.