El 18 de julio de 1991 Jesús Gil fue a su primera fiesta en Marbella como alcalde. Era el cumpleaños de Jaime de Mora y Aragón y todos tenían –los periodistas estábamos exentos– que ir vestidos de oro y negro. Negro por la triste gestión del alcalde anterior, y oro por el espectacular futuro que le aguardaba a Marbella. Esa noche, en un clima de euforia delirante, se repartieron cargos, periódicos, cadenas, licencias de obras, y Gil, que acababa de llegar de la grabación de ‘Las noches de tal y tal…’, posaba con la camisa de lamé abierta sobre el pecho adornado con una cadena de oro gruesa como un brazo de bebé, con Gunilla, Luis Ortiz, Kassoughi y su mujer, Jaime de Mora y Margrit, Felipe Campuzano –lo hizo director del conservatorio–, Andrés Caparrós, Alfonso Santisteban –lo metió en la televisión–, Rappel, Pitita Ridruejo –colocó a la hija–, Espartaco Santoni –lo nombró director del puerto–, Encarna Sánchez –le puso escolta–, Alfonso de Hohenlohe... ¡Qué empujones hubo para salir en la foto! Todos giraban alrededor de su órbita.
¡Fue el invitado de honor de la boda de Rociíto y Antonio David en la Yerbabuena y la gente le hacía reverencias cuando iban a saludarlo! ¡Le metían papelitos en el bolsillo con sus teléfonos solicitando favores y él repartía llaves de pisos como si fueran caramelos! Después pasaron cosas feas y lo metieron en la cárcel. Yo salí a la calle para hacer un reportaje. ¡No encontré a nadie, ni una sola persona, que me quisiera hablar de Jesús Gil! Sus supuestos amigos, a los que tanto había beneficiado, me colgaban el teléfono... Únicamente Carmen Sevilla que, como suele suceder, encima era la única que no se había aprovechado de su amistad, dijo que le daba mucha pena lo que le había pasado a Jesús Gil. Como cantan los clásicos, rico es quien puede presumir de tener al menos un amigo. Aunque sea solo uno.