“El día de la boda la adornaremos con clavellinas blancas”, me detallaba la madre, “¡y tendrán que poner un cordón de seguridad!”. Y la hija añadía sobriamente: “O dos”.

Maribel soltaba el volante para besar la mano de su madre: “Te prometo que a la primera hija le pondremos Ana Isabel”, y me miraba con fiereza por el espejo retrovisor dándose un golpe en el pecho: “Y esta se retirará para cuidar del marido y de los hijos…”.