Sofía está confinada en sus estancias con su hermana, la inseparable princesa Irene, que tiene su habitación fija con un gabinetito. Dos hermanas muy unidas... Tanto como puedan estarlo Leonor y Sofía, aunque sus circunstancias han sido muy distintas. Las princesas españolas se han criado entre algodones, pero Irene nació en plena guerra mundial, en Sudáfrica, donde estaba exiliada la familia real griega.
Eran tan pobres que llegaron a comer hasta la hierba de los caminos. No podían alimentar al bebé recién nacido y le tenían que dar una lata de carne a cucharaditas. Durante cinco años vivieron en veintidós casas de varios países porque nadie quería a los reyes de esa Grecia que circulaba por las carreteras secundarias de la historia. Su dura infancia unió a las hermanas para toda la vida, y Sofía siempre ha intentado proteger a su hermana pequeña, en la que se ha cebado la mala suerte.
Los discretos amores de Irene
Una Irene jovencita se enamoró de su primo Mauricio de Hesse, que la dejó por otra. Después, se hizo ciertas ilusiones con el irresistible don Juanito, que coqueteaba con ella antes de decidirse por Sofía. Y luego ha tenido algunos noviazgos discretos. Jesús Aguirre, más tarde duque de Alba, la pretendió mientras fue director general de música, la invitaba a conciertos y se carteaban, hasta que Juanito lo llamó: “Oye, tú, a mi cuñada la dejas en paz”. Luego mantuvo un noviazgo truncado también con el embajador Guido Brunner. Sofía le cedió su parte de la herencia familiar, que la princesa gastó en un proyecto benéfico en la India que no salió bien.
Desde entonces, discreta y callada, vive a la sombra de su hermana. Los sobrinos la llaman ‘tía Pecu’ por sus originales ideas, que expresa en un castellano todavía peor que el de Sofía. Un visitante de Zarzuela, amigo del rey, me contó que una vez se había perdido por el palacio y había ido a parar a las estancias particulares de Sofía: “Solo iluminadas por una lámpara de pie, estaban cenando las dos hermanas en una mesa camilla, vestidas de negro... En silencio y sin esas sonrisas profesionales que siempre exhiben en público parecían dos ancianas. ¡Se las veía tan griegas! Me impresionó la escena”.
¿Cuál será el futuro de las hermanas Borbón Ortiz? ¿Sentirá celos Sofía ante el destino de Leonor, como los sentía doña Pilar hacia Juan Carlos? Le “daba mucha rabia que, de pronto, porque iba a ser rey, mi hermano pequeño se llevara todas las atenciones”. ¿O pensará como don Alfonsito, el malogrado hermano de su abuelo, que rezaba cuando Juanito se embarcaba para que no tuviera un accidente y le tocara ser rey a él?
Creo que han pasado con nota su primera aparición pública y que no debe ser más que el principio. Cuando don Juan Carlos le preguntó, angustiado, a Franco qué debía hacer para que lo quisieran los españoles, Franco le contestó: “Muy fácil, alteza, viajad y que os conozcan”. Era Franco, vale, pero el consejo está muy bien.