Don Juan Carlos está muy preocupado por la salud de su hermana Pilar, su confidente y su mejor amiga. ‘Doña Pi’ –un nombre que ella detesta– no es, sin embargo, una persona afable. A mí, en concreto, me tiene una tirria descomunal. Pero yo la admiro porque ha sido una rebelde y merece ella sola una biografía que nadie ha escrito aún. Y valiente.
Tiene una condecoración portuguesa por su actuación heroica en el derrumbamiento de la estación Cais do Sodré de Lisboa, aunque su madre confesaba con resignación que era un cardo borriquero porque se negaba a ponerse falda y maquillarse. En el crucero Agamenón, fue su propio padre el que bajó a puerto, compró una barra de labios, le sujetó la cabeza y le pintó la boca, aunque la infanta daba alaridos descomunales.
Se casó enamoradísima con el apuesto duque de Badajoz. Vivieron con estrecheces en un pisito que les alquiló el bailarín Antonio. Y cuando su marido murió, dijo con entereza: “Tengo que ser fuerte por mis hijos”. Varios años después, se la relacionó en la radio con un importante empresario. Pero llamó indignada para decir que era mentira. Aunque todas las mañanas habla con Juan Carlos, no se trata ni con sus sobrinos ni tampoco con Sofía. Y como lee todo lo que sale sobre ella, en estos momentos estará despotricando sobre “esa señora que solo escribe bobadas sobre nosotros”. Espero que se recupere pronto, infanta.