Pilar Eyre

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Rapahel y Natali Figueroa el día de su boda
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La increíble historia de amor de Raphael y Natalia Figueroa

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Pilar Eyre

Periodista y escritora

Raphael cumple 80 años. Pero eso no es lo asombroso, lo que causa pasmo es que el año pasado haya hecho casi cuarenta conciertos con todas las entradas vendidas y que este tenga programados de momento veinte. Y que permanezca dos y tres horas sobre el escenario, sin descansar y sin que su voz prodigiosa flaquee en ningún momento. Pero a mí, más que eso aún, me impresiona que lleve cincuenta y un años casado con Natalia Figueroa. ¡Julio Iglesias, tirando a lo bajo, ha tenido durante este mismo periodo de tiempo 2.300 mujeres, según sus biógrafos!

Dos orígenes opuestos

He conocido mucho a Raphael y a Natalia y puedo decir que no he visto en el mundo artístico una pareja más compenetrada y sólida. “Mi mujer tiene tanta categoría que nunca me ha hecho notar la diferencia entre su padre, que es marqués, y el mío, que es obrero ferrallista”. “Me enamoré de él porque es el hombre más feminista que he conocido”.

Raphael y Natalia Figueroa 01

 Raphael es como una fuerza de la naturaleza que, además, tuviera el don de la ternura”, me dijo Natal de su marido

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Se empezaron a ver en 1970. Natalia era la chica de moda de Madrid, una aristócrata intelectual que se movía en el ambiente artístico y bohemio como pez en el agua. “Cuando mis amiguitas querían ponerse de largo y casarse, yo escribía poemas a escondidas, leía, pintaba y quería trabajar. Empecé a publicar, a hacer teatro en televisión con Guerrero Zamora y mis tías llamaban a mi madre para que me metiera interna en un colegio inglés, pero mi padre, que era muy inteligente, siempre me apoyó”. Era portada de revistas, se le atribuían romances, “a ver, yo era enamoradiza y tenía novietes, pero nada serio, porque no quería casarme, no quería perder mi libertad. Salía, entraba, iba de fiesta hasta el punto de que me llamaban ‘la coctelera de Madrid”.

Inicios difíciles

Mientras, Raphael, que había empezado a trabajar de recadero a los diez años, cuando su padre enfermó y él era aún Rafael Martos, ya se había convertido en un cantante famoso después de que en Salzburgo le proclamaran la mejor voz de Europa. Cuando se conocieron fue el choque de dos planetas, “fuimos a cenar y Raphael me dijo que tenía una casa en Marbella pero que no iba nunca porque no le gustaba el sol, ¡horror! ¡estuve a punto de levantarme! ¡si el sol es lo que más me gusta del mundo!”.

Posado de Natalia Figueroa

Natalia en 1970 era
la chica de moda de Madrid, una aristócrata intelectual que se movía en el ambiente artístico y bohemio como pez en el agua

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Pero al final siguieron y mantuvieron un noviazgo de dos años que no sospechó nadie. Habla él: “Le enviaba postales sosas, un recuerdo desde Japón, un beso desde Moscú”, porque Raphael fue el primer cantante que actuó en la Unión Soviética cuando en nuestros pasaportes ponía “válido para todo el mundo excepto Rusia y países satélites”. “Me hacían un permiso especial en la embajada de París, vinieron juntos al teatro cargados de ramos de flores Breznev y la Pasionaria, que me confesó que tenía una nostalgia brutal de España”.

La pareja se peleó y se reconcilió mil veces hasta que Raphael enfermó y durante tres meses se vieron a diario. Habla Natalia: “Me di cuenta de que nunca iba a encontrar un hombre mejor que Raphael, que me apoyara, respetara mi trabajo, que me estimulara... que me hiciera sentirme libre”. Raphael: “Con nadie me lo pasaba mejor que con Natalia, hablábamos, reíamos, y al final decidimos que queríamos compartir nuestra vida para siempre. No éramos unos chiquillos, fue un compromiso serio, casarnos y tener hijos”.


Una boda discreta


Celebraron la boda en Venecia, “no quisimos hacer un espectáculo”. Cuando les digo que nadie daba un duro por ese matrimonio, Raphael ríe, “hija mía, aquí nunca nadie da nada por nadie”. Si se les pregunta si siguen enamorados, te dicen los dos a la vez, “sí, y más que el primer día siempre más”. Y si han sido fieles a ese compromiso que firmaron hace 51 años, “nunca nos hemos traicionado, en ningún sentido...” y Natalia añade con un punto de fiereza en las hermosas aguamarinas de sus ojos “yo nunca le perdonaría una infidelidad a Raphael, nunca, pero sé que tiene un código en este sentido tan estricto como el mío”. Cuando yo los traté y me contaron todo esto fue en los años ochenta. Viajé con ellos por Estados Unidos, donde el cantante es un ídolo, estuve en su casa de Madrid y en la Costa del Sol, en el chalet el Tamborilero.

"¿Sabes quién es Raphael?"



Sus hijos eran pequeños y jugaban en el jardín. Les pregunté si les gustaría que fueran artistas y el matrimonio se espantó, “no, por Dios, es muy duro, ser artista es llorar, pero no solo porque se cobre más o menos, sino porque aquí no se tiene piedad con nadie, ya puedes ser número uno toda tu vida que, si una noche te falla la voz porque estás constipado, todo el mundo se te tira encima y dicen que estás acabado”.

Raphael, cuando hablaba Natalia no intervenía y fingía no escuchar, pero yo vi cómo se secaba una lágrima furtiva con el pulgar cuando le pedí a ella una definición de su marido, “es como una fuerza de la naturaleza que, además, tuviera el don de la ternura”. Mientras esperábamos el coche que tenía que llevarnos al aeropuerto, un niño de unos cinco años me observaba atentamente. Me agaché hasta su altura y le pregunté: “¿Tú sabes quién es Raphael?” El crío me miró como si fuera idiota y se señaló el corazón: “Sí, claro, es mi padre”.